FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Los futboleros no necesitamos que enfermedades, tragedias, accidentes ni hechos biológicos nos recuerden la fragilidad de la vida. Los futboleros vivimos a la espera del final del invierno para instalar nuestras ilusiones y nuestra ansiedad en un alambre de sufrimientos sin fin.
A los futboleros no nos vengáis con el carpe diem y con que cualquier día puede ser el último. Que se os pone cara de Manolas y aún pillaréis.
Ay, la Champions en marzo, ay la magia del asesinato futbolístico. Ay, el pasar o palmar.
La fragilidad de la vida, un corazón palpitante, el cimbreo del vuelo de un ruiseñor y la vida que se abre paso en un cuerpo enfermo: no nos cuenten mierdas, que son los octavos y viene una turba forastera que en la ida sólo chutó desde fuera del área y nada puede dar más miedo. En estas mil transmigraciones anímicas que vivimos los que cada año visitamos la Champions, hemos vivido mil muertes, hemos resucitado de entre los muertos, hemos sufrido verdaderas torturas a cámara lenta, conocemos la crueldad de un tajo certero, de un trolebús descontrolado, de un insólito piano romano que nos cae por la cabeza.
Sí, amigos, la culerada toda vivirá hoy aterrorizada hasta que el árbitro pite el final. Pero no podemos sino sonreír. A nuestros pies yacen los cadáveres de Ramos y Griezmann. Y este pánico ancestral al empate que te echa nos recuerda algo. Estamos vivos. Y nuestra es La Bestia.
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