FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Ha nascut un minyonet, ros i blanquet, ros i blanquet.
Suponemos que han seguido la estrella y han llegado a idéntico portal para contemplar el asunto y exclamarse cual pastorcillos:
-¡La Virgen santa de Dios!
Ya saben ustedes de qué les hablo: ha sido varón y en sus casas le llaman El Nen desde que vieron esa mirada de alevín, esa ceja de asombro, ese brillo en la mirada. Su nombre oficial es Ansu Fati y su límite, el inmenso cielo azul. En estas primeras y sísmicas apariciones hemos disfrutado de sus goles, de sus asistencias, de sombreros y regates.
Pero hablamos del Nen y nos sabe mal dejarle ya a los pies del álgebra y la pecunia y la esclavitud de la estadística. Sí nos gusta destacar que las aspas de ventilador que tiene por piernas nos han recordado al galope de Eto’o. Que le hemos visto, a sus 16 años, más cómodo barriendo el ataque de lo que jamás estuvieron astros como Henry, Ibra, Villa, Alexis o, para qué vamos a engañarnos, el pobre Griezmann. La banda, es sabido, puede ser un duro exilio. Hasta que pones al Nen y oyes soplar el viento.
A Ansu le leímos los labios en la celebración de su primer gol -«no puede ser»- y desde entonces le tenemos que agradecer algo que nada tiene que ver con las ganas de librarnos de Dembélé. Ansu nos ha quitado un montón de años de encima, un montón de vicios y un montón de prejuicios. Son ya muchos los lustros de ver al Barça y somos unos cínicos resabiados en el mejor de los casos, unos cuñados consumados en el peor. Admitámoslo: nos cuesta mucho vivir sobresaltos emocionales en este otoño de la generación Messi. Anticipamos el movimiento de Suárez dejando pasar el balón entre sus piernas para buscar la pared. Sabemos de sobra que Piqué controlará con precisión ese balón blando usando el exterior del pie derecho, en un extraño gesto que conocemos mejor que el recibidor de casa. Sí, también detectamos ese levísimo escorzo que hace Busquets con el cuello cuando va a tirar un pase vertical que rompe dos líneas y que ningún rival ha visto venir. Y por supuesto, sabemos de sobras cuándo La Bestia Parda eligirá su disparo combado al primer palo aprovechando que es zurdo. Todo lo disfrutamos, pero a penas gritamos ya, la cardiopatía debimos superarla con el adiós de Guardiola, las taquicardias puntuales desaparecieron con la llegada de Valverde.
Si sabremos ya cosas, que no tuvimos duda de que Ter Stegen le pararía el penalti a Reus. Si venimos ya de vuelta, que cuando vimos reaparecer a Valdés en los diarios y vimos la barbita que se había dejado, y nos asombramos con la cantidad y calidad de chaladuras de sus primeras ruedas de prensa, y lo flipamos viendo sus ganas de protagonismo, que le llevó hasta a arrogarse la paternidad deportiva de Ansu, supimos que esto iba a ir mal y que difícilmente podríamos culpar a este club sin rumbo, sin ciencia y sin alma de los desastres que pudiera hacer VV.
Y en este mundo nuestro, que no es un Excel pero lo parece porque ya nunca nos brinca el corazón, llega El Nen y en cualquier partido de mierda pide el balón y encara a tíos que le doblan en edad, y nos engaña en cada regate, y esa pisadita que tira a tres, e interviene en 45 minutos tropecientas veces, en un registro messiánico. Pero no hace sólo eso: además elige bien y no le tiene miedo a nadie y realmente acabamos preguntándonos de qué cojones estamos hablando mientras buscamos las pastillas del infarto del abuelo. Porque uno no sabe, pero esto pinta a Leviatán.
Lo mejor de Ansu, sin embargo, es que nos ha recordado que este juego es un asunto misterioso, insondable, donde nos encanta no entender nada, y admirarnos con todo.
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