FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Convendremos en que daba cierta tranquilidad saber que un veteranazo como Mateu Alemany lideraba el Vietnam de los contratos, fichajes y salidas en tiempo de vacas esqueléticas. Pero ya habrán oído que se larga al potente Aston Villa, y habrán oído también que entre las razones de su adiós está el cúmulo de discrepancias con que se encontró. A cierto nivel, si no es para mandar, te vas. No nos engañemos: no hay club en el planeta donde entrenador y secretario técnico no se las tengan, son menos los clubes civilizados en que los presidentes entren a discutir en ese quirófano de alto riesgo. Las voces mejor informadas cuentan que Laporta lo hacía, en primera persona o a través de Deco, que se debe a él, como se debe a Jorge Mendes, tot molt normal.
También sabemos que un buen número de las patums de las que Laporta se rodeó para apuntalar su campaña y su mandato se han ido bajando del asunto, siempre por la misma razón: el presi mandaba demasiado, el presi mandaba en todo. ¿Nos parece dramático el adiós de esos ejecutivos, de esa gente entrajada procedente del aburrido mundo de la empresa? No, amigos, esto es el Barça y lo que es un drama es el doble pivote. No obstante, sí les diremos que los que han mirado a los ojos a la ruina que dejó el neonuñismo en el club echan de menos a diario al tal Reverter.
El problema es seguramente que Laporta ha ido bunquerizándose en un entorno de fieles entre los fieles. Si al presidente le preguntaran por las virtudes de los que le acompañan hoy en el club y tuviera uno de sus memorables ataques de sinceridad, de muchos de ellos diría, simplemente, que nunca dicen no, que profesan el culto al gran líder en este asombroso one man club. Igual no basta. Veamos: ¿Qué sabemos de los liderazgos únicos? ¿Qué nos ha enseñado la vida? De entrada podemos decir que conocimos a un tal Núñez que, hasta que Cruyff vino a ponerle en su sitio, decidía hasta las baldosas del lavabo. Así nos fue, así éramos. Sabemos también que en la primera etapa de Laporta hubo un tal Rikaard, primero, y un tal Guardiola después, con el tal Txiki por encima; así nos fue, así fuimos. Diremos más: ¿qué aprendimos de ver a Messi remando en solitario? Que ni el más grande gana solo a este deporte, que todo el club tiene que empujar para que lleguen los grandes éxitos. Y, si permiten la cursilería, somos el club del mundo que tenía interiorizado que el cómo importa, y cuando ahora nos miramos al espejo no vemos exactamente a un Gandhi, sino a algo parecido a Gil y Gil.
Esta última crisis, que aparece cuando debían empezar las salvajes danzas de la victoria, nos recuerda otro factor. Felizmente, Laporta tiene claro hasta dónde puede llegar y qué es lo que no se le va a perdonar. El presidente sabe cuál es la partícula elemental de todo el invento y eso lo quiere respetar: el gen cruyffista, la ambición y la estética, el respeto al balón, lo que ocurre en el césped, el hambre de victoria. Los que hemos visto cómo se pisoteaba hasta eso sabemos agradecer ese mínimo de sensatez. Pero el presidentísimo no debería olvidar que para llevar a cabo sus planes eligió a dos de los nuestros, Xavi Hernández y Jordi Cruyff, y que nada, absolutamente nada, es más cruyffista que mirar al presidente a los ojos, echarle a patadas del vestuario y gritarle el célebre «no tienes ni puta idea«.
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