«Lo aprendo a diario, lo aprendo en el dolor. Estoy muy agradecido al dolor».
Rainer M. Rilke, Cartas a un joven poeta
Pues sí, finalmente llega el instante en que el drama acaba, el árbitro pita tres veces y ese rival colosal, superior en todo, deja los instrumentos de tortura. Han sido 180 minutos de miseria, ceniza e impotencia, 180 minutos de mirar al trono y saber que ya no lo ocupas tú, que te han arrancado de ahí con brutalidad, con la única justicia que entiende el fútbol, la fuerza bruta.
Pero no maldigan esta eliminatoria. El fútbol es hambre y la verdadera hambre se gesta en las estepas, no en Can Roca. La clave del fútbol de nuestros días consiste en acortar al máximo las épocas malas y en exprimir cada gota de las buenas. La bonanza no llega si no ha habido antes un hambre colosal, una rabia, un rencor. De las miserias del nuñismo ochentero nació Cruyff, del Gasparato surgió Ronaldinho. Del 4-1 en el Bernabéu del Madrid de Schuster nació Guardiola. Es bueno pasar hambre. Es bueno ver el gesto vencido y rabioso de Xavi en su sustitución, óptimo escuchar al Camp Nou silbar a Sex, maravilloso el baño del segundo tiempo.
¿Han tratado alguna vez de dar un par de vueltas al campo el día después de haber ganado un título? Charleta, relajación, el peto me va grande, tonterías. ¿Han tratado alguna vez de hacerlo después de una derrota dolorosa? No hay más. Ése es todo el secreto de la alta competición: dar vueltas entre risas o con un rictus marcial. Gracias, Müller, gracias, Ribéry. Recemos para que este partido se vaya reproduciendo en loop en las cabezas de los jugadores, porque hay que hacer foc nou de nombres, actitudes y energía.
Y no lo duden: infinatemente mejor el 7-0que se lleva este equipo glorioso que autoengañarse con remontadas fallidas o acusaciones a los árbitros y a los elementos. Infinitamente mejor a la hora de que Zubi tome ciertas decisiones, dolorosas, impactantes, que otro trató de tomar hace sólo un año. Infinitamente mejor para que el club se ponga las pilas y empiece a afrontar los asuntos con dedicación y humildad, no desde esa dejadez altoburguesa tan de una cierta Barcelona.
La segunda transición de la era Messi dura ya dos años, durante los cuales hemos sumado cinco títulos; balance tremendo, tan bueno que difícilmente se puede construir sobre él. Reconcíliense, pues, con la paliza de esta noche, con la manifiesta inferioridad, con la humillación. Será mucho más útil que todas esas copas.
¿Les ha dolido mucho? Pues tanto mejor: otro ciclo ha empezado a gestarse.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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