«Ahora te estás convirtiendo en un jodido irlandés. Los irlandeses llevan viviendo desde hace mil doscientos años gracias exclusivamente a sus sueños de venganza. Así me gusta, hermano».
Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades
Así es. Nos mueve la venganza: los perros aterrorizan a los gatos, los viñedos miran con rencor a las tormentas, los peces detestan a los anzuelos y el Barça odia a La Banda. Por tantas cosas y tan antiguas; también por afrentas recientes, por esa victoria bochornosa de hace unos meses que CR Ceja elevó a la categoría de «exhibición», por esa maldita Supercopa que entregaron Valdés y los centrales.
Vuelve el partido que soñaron los futbolines con algunas certeza: tan humillados quedarán Sabi y Khedira como los centrales del Barça; por desgracia, las fechorías de Mascherano y su acompañante ocurrirán cerca del gol, mientras que a Khedira normalmente lo sonrojamos en medio campo. También sabemos que La Banda no quiere el balón, que a lo mejor durante 20 minutos le da por presionar arriba, que ya sólo es capaz de morder en Champions y cuando tiene enfrente una camiseta azulgrana, que pegarán cuanto les dejen y un poco más, que tienen considerables posibilidades de volver a engañar al mundo entero con un resultado favorable.
Para Messi, Xavi y compañía lo de esta noche es especial: un triunfo equivale a zanjar la Liga, a ruas y fanfarrias, pero esa es justamente la dificultad de un partido que el rival sabe que no puede perder. Hará falta mucho Camp Nou y mucha meiga azulgrana. Qué maravilloso saber que Rivaldo, el hacedor de milagros, llevará su amenaza a la grada. Qué bueno saber que anoche Ronaldinho, otro mago que vulgarizó a los blancos, estará pendiente del televisor tras una noche en que aunó genio y lágrimas.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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