FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Barcelona es una ciudad demasiado pequeña como para ocultar ciertas cosas. Barcelona es una ciudad donde ocurren cosas maravillosas y donde circulan malandros de primer orden. En Barcelona se suceden historias de amor como la que tuvieron C. y J. Se habían conocido en la universidad, movidas serias, marketing, empresa. Ella hizo carrera; él, incapaz de soportar la idea de un jefe, optó por seguir la tradición familiar y se hizo taxista.
Años después, cuando ya compartían techo e hipoteca, J. decidió dejar a C. Eligió una bonita fecha para ello: la tarde de un 31 de diciembre. No acabó ahí la demostración de poderío de aquel taxista: unas semanas después, se le veía de la mano de una joven checa en avanzado estado de gestación. No volví a saber nada de J. y por supuesto me quedé con las ganas de radiografiar a aquella camarera centroeuropea.
Decíamos que Barcelona es una ciudad pequeña. Una ciudad donde la noche menos pensada puedes ver una cara conocida bajo el larguero de una portería. J. resultó ser un guardameta apocado, poco gritón, sin talento para la anticipación, de reflejos precarios y aparente mala memoria. Aquello terminó en fácil goleada. Al estrecharle la mano, rehuyó mi mirada. Y al buscar en la banda, no había allí ninguna moza con cochecito y bebé.
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