Rezar: «Dirigir a Dios o a personas santas oraciones de contenido religioso». Oración: «Obra de elocuencia, razonamiento pronunciado en público a fin de persuadir a los oyentes o mover su ánimo». Y también: «Súplica, deprecación, ruego que se hace a Dios o a los santos».
Existe en Barcelona un profesor de universidad, lúcido y excéntrico, especialista en religión, que sostiene que nada como un partido de fútbol reproduce el hecho religioso puro, el de nuestros antepasados en las cavernas. Ustedes se habrán hartado a lo largo de los años de hablar con los futbolistas durante los partidos. De su equipo y del rival. En voz alta o sin palabras. Murmurando o entre gritos. Declarándoles su amor o insultándoles. Les hago memoria:
-Leo, son tuyos.
-¡Tu puta madre, joder, dala fácil!
-Lo fallas… Lo fallas… Fállalo… Por tus muertos…
-¡Vamos, Andresín vamos, nen, no me jodas!
-¡Jódete, hijo de la gran puta!
-Gracias, Ronnie, te quiero, Ronnie.
A menudo estas frases -un buen termómetro para medir el grado de civilización de nuestra sociedad– adaptan su idioma al receptor. Hay castellanoparlantes acérrimos que a Xavi le hablan en catalán. Catalanoparlantes que a Messi siempre le hablan en español. Y se da un nivel de sinceridad ahí que no empleamos en sociedad, ni siquiera con nuestros seres queridos (afortunadamente, porque el equivalente serían cosas como «Di papá, hijo de puta», o cosas aun peores). El trato que se dispensa en estos monólogos es de absoluta familiaridad; se usan motes privados que nadie más emplea con una complicidad que asustaría a los futbolistas de ser conscientes de ella.
El profesor de quien les hablo asegura que las cascadas de murmuros, gritos y pensamientos que se producen durante un partido son simplemente rezos invocados en presencia del dios balón. Pero no digan ahora que les turba su propio fanatismo. Sí, se han pasado la vida orando. Sí, mañana les toca otra vez. Sí, viva la fiesta pagana.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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