Es buena verdad que en el fútbol se conoce a la gente. El asombro del balón flotante y los desafíos a la ley de la gravedad desnudan a los jugadores más de lo que quisieran. Y ayer, durante cinco minutos, un grupo de periodistas tuvo ocasión de conocer al futuro presidente de la Generalitat.
Deben saber que no lo hacía mal: el supercandidato que ha presentado el azote convergente sabe idiomas, no pierde jamás el control de sí mismo, tiene una estupenda onda de pelo, domina el mundo del dinero y, cómo no, juega a fútbol. Según me comentó con ese inaudible hilillo de voz suyo entre toque y toque, jugó en un equipo llamado Júnior durante tres años, lo hizo como centrocampista y extremo y, según las hagiografías -abundan en estos tiempos de regreso al pasado-, fue conocido como Flecha negra.
Francamente, al Mas futbolista (que suma hoy 54 años) se le intuye un pasado y cierta clase. No cuesta imaginarle como un extremo cepat, potente, tipo Faubert, tal vez con poco regate pero muchas piernas. Lo de Mas como volante ya cuesta más: anoche se le vieron deseoso de lucir sus habilidades, pero es sabido que nada peor para un centrocampista que olvidar al prójimo, y al presidenciable se le vio poco talento para repartir juego.
¿Qué preocupación extrae uno de esos cinco minutos con Mas? Que su mandíbula, y todo lo que de ella se deriva, se hagan plenamente visibles una vez llegue al poder. Y que haya un vídeo en que a este periodista, todo rigor y sentido crítico, se le vea tan acaramelado con el futuro president que acabe incluso recibiendo sus aplausos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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