Hablábamos sobre la superviviencia y la inminencia de la muerte con el psicólogo y nombró cuatro países para saber la opinión que me merecen los triunfadores de esta competición caníbal. Creo recordar que la cosa fue así:
-Holanda.
-Una chapuza adornada por la mejor arma que hay en el fútbol: la suerte. Sólo se salva Robben y tienen como cerebro a la cosa. Y de diez, a Sneijder. La raquítica Brasil de Dunga mereció meterle cuatro, incluido el que habría sido el mejor gol del torneo (52″).
-Sigamos. ¿España?
-Su política de secuestros masivos se revela útil. Temo que ante Alemania pongan a Abidal de lateral zurdo y junto a Villa a un chaval bajito que se llama Leo. Sólo juegan cuando se libran de su pesado incordio vascongado.
-Bravo. Alemania.
-Recuerdo aquellas partidas de rol y la fascinación que me produjo siempre el concepto de muerte por aplastamiento. Lo que le hicieron a Inglaterra y Argentina fue una masacre limpia, profesional y metalúrgica.
-Interesante. ¿Uruguay?
-Sólo en la selección celeste sería posible encontrar dos jugadores de campo capaces de hacer palomitas bajo palos en el último minuto de un partido (fotón). Sólo en Uruguay el insensato Abreu.
Antes de irme, me recomendó que no me ilusionara y que esté preparado para lo peor. Abandoné el lugar turbado. ¿Dónde quedó aquella camiseta firmada por Hierro? ¿Realmente Uruguay tiene menos de cuatro millones de habitantes? Con el calor y esas dudas, no pude dormir.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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