Si éste es el torneo más grande del mundo eso es así porque todos los futbolistas comparten la obsesión de la copa Jules Rimet desde pequeños. Sueñan con el Pelé de Suecia, el Garrincha de México ’70, el Beckembauer de Alemania ’74, el Romario de Estados Unidos o el Zidane de 2006. Porque saben que no hay camino más corto a la inmortalidad que este torneo.
En sus primeros compases, el Mundial ya ha dejado un par de héroes. Ahí estuvo ayer Drogba, jugándose la salud durante los 25 minutos que estuvo sobre el césped una semana después de que un hooligan llamado Marcus Túlio Tanaka homenajeara a Bruce Lee y a Dunga en una misma acción para romperle el cúbito.
Drogba es un nueve capaz de discutirle el trono a Eto’o y de estar a la altura de Lampard y Terry, pero ni así podía esperarse semejante entrega. La conversación con el médico y su señora debió de ser edificante, con algo parecido a esto: «Me importa un carajo este puto brazo, soy negro y voy a jugar».
Y antes de que nadie pueda preguntarse qué aporta el fútbol asiático al universo del balón además de patadas voladoras, conozcan a Jong Tae-Se, en la foto, que a pesar de no haber pisado en su vida Corea del Norte lloró como un niño al oír el himno nacional. Era la culminación a una vida marcada por su fidelidad a la patria de su madre. El hombre cuajó un partido horripilante, lanzó a puerta no menos de cinco veces, sin lograr chutar en ningún caso a más de 40 km/h, y se hinchó a correr sin demasiado sentido. Sus lágrimas, sin embargo, ya son una de las imágenes de esta pasión de multitudes.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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