Florentino y su monumental oda al mal fútbol vuelven al Camp Nou. Si este momento histórico se hubiera dado hace 25 años, los barcelonistas habrían regalado tal pitada al enemigo número uno del fútbol que nadie conservaría íntegros sus tímpanos.
Releamos cómo vivió Villoro el retorno del Innombrable al Estadi como madridista: «En ese momento, en las filas del Barça no se quería a nadie ni la mitad de lo que se odiaba a Figo». Es cierto, éramos gentes sencillas de corazón, nos dejábamos llevar por el estómago. Tampoco hace tanto, cuando un rival hacía una entrada fea en el Estadi, la grada atronaba: «¡Migueli, mátalo!». En esencia, los aficionados azulgrana eran sociópatas peligrosos venidos al mundo para insultar al Madrí -o en su ausencia, a ese conjunto de trapos blancos que corretean sobre el verde-.
Las cosas han cambiado. Hoy no odiamos a nadie del Madrí ni la mitad de lo que queremos a Piqué, Busquets o Keita porque los blancos son una birria, una mentira. Llega La Banda convertida en una divertida atracción de feria, y cuesta imaginar un homenaje más perfecto al engreimiento que ese montón de mercenarios fichados a precio de oro con Ronaldo a la cabeza. Pueden ganar, cierto. Habida cuenta del PC Fútbol que tiene montado en la delantera, podrían hasta golear. Seguirían siendo una farsa.
Qué lástima que a costa de la excelencia los barcelonistas ya no odien como solían. Será que piensan que no hace falta, que saben que a este deporte se juega con un solo balón y es muy difícil tenerlo sin centro del campo, sin una idea de juego, sin alma. Si los culés fueran aún lo que solían, Florentino se llevaría mañana toda la ira y a burla de los que aman a este Barça, que son también quienes aman al fútbol.
Pero hemos crecido: nos bastará con que Xavi coja el balón. Xavi, humíllalo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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