Cuando Maradona habla, es el fútbol quien lo hace: un compendio de bajas pasiones, talento, insensatez y orgullo. Cuando Maradona pide a los periodistas que «la chupen y sigan chupando», no hay que indignarse. El hombre que mejor trató al balón -y al que cada vez se parece más- suele esconder sabias lecciones en sus asombrosos soliloquios de enfermo mental.
Tras el ataque de ira queda un poso del que rara vez se habla: el odio cerval que sienten los futbolistas por los periodistas. Más claros que la explosión del barrilete fueron los cánticos de sus jugadores, reunidos en fraternal piña tras certificar el pase al Mundial: «¡¡Y putos periodistas, putos periodistas, la puta que los parió!!», cantaban, con ese espíritu ilustrado que sólo brota en ciertos países privilegiados en lo que al fútbol y rencor se refiere. A su alrededor se apiñaban una veintena de cámaras, reporteros de radio, juntaletras y fotógrafos que se afanaban por hacer su trabajo. Una escena impagable.
Existen decenas de casos similares en que los jugadores se hartan de odiar o humillar de silencio o de palabra y pasan a los hechos; ellos, al menos, cuentan con el atenuante de la honestidad:
¿Por qué los futbolistas odian tanto a los periodistas, además de porque mataron a Lady Di? Porque cuando un crack se siente criticado no puede odiar a su afición: es lo que da sentido a su tren de vida, a su monumental ego, a la sensación de ser un elegido del Señor. Más fácil es mirar a los idiotas del peto, de la cámara, de la libretita y el boli.
Coda: Lo que Maradona quiso no fue sólo vengarse. Fue también exigir a los periodistas que se dediquen a lo que tanto y tan bien hacen: glosar los éxitos y silenciar los errores. En argot, mamarla.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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