Véanle gritar y recuerden cómo estuvo a punto de llorar con el gol y con el cambio. Fue el momento más emotivo de un choque de trenes que se decidió mucho antes: un portento llamado Touré hizo dos croquetas, se propulsó, armó la pierna y regaló unas bonitas butifarras a la afición que llevaba tres meses entusiasmada mirándose al espejo. Caparrós se sumió entonces lo que Tolstoi conocía como «el momento de vacilación moral que decide la suerte de las batallas».
La Copa es nuestra porque la máquina de triturar volvió a funcionar, a tocar el balón a uno y dos toques, a buscar espacios, a marear al rival. Es nuestra porque la potencia sin control no sirve de nada y porque Toquero Lehendakari marcó demasiado pronto. Porque el Athletic se pasó en su combinado de adrenalina y endorfinas y no se dio cuenta de que aquello no era un concierto de Motorhead, sino un partido de fútbol.
La Copa, el título que alimentó a generaciones de culés sedientos, ha vuelto a casa. ¿Un título menor? Miren al de la foto, el chaval más feliz sobre la faz de la tierra.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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