El Balón bajó de la montaña y dijo al pueblo: ‘Sólo quien lo desee de verdad podrá ganar'». Ése es el Primer Mandamiento del fútbol y la vedadera clave de una final. Quererlo más que el rival, soñar más que el rival. Por eso da miedo este Athletic que está preparando la final desde hace tres meses, que ya está en Valencia, que ayer conseguió atraer a 20.000 aficionados a un entrenamiento.
Si el Barça -que jugará con suplentes y tiene a varios titulares lesionados- consigue igualar la ambición del Athletic, será campeón gracias a su fútbol. Pero si no, es el guión de un partido que ya hemos visto, la crónica de una muerte anunciada. Como las semifinales del pasado año en la misma competición: jugaba el Barça contra uno de los Valencias más famélicos que se recuerdan. Esataban desesperados, no tenían nada más. Por eso ganaron.
Si algo bueno hubo en la negra jornada de ayer es que el Barça no se fue de celebración. En esta santa casa sabemos bien lo que es celebrar un título, comparecer a los tres días en una final y llevarse un 4-0 y varios cubos de lágrimas a la cama. Ocurrió en el 94 en Atenas. La clave no fue la superioridad táctica de Capello sobre Cruyff; fue la actitud de los futbolistas. Estaban saciados y se notó. Otro caso sangrante: hace dos años, el Espanyol se plantó en la final de la UEFA. Palmó en los penaltis. Sus jugadores perdieron la tensión competitiva, y el domingo siguiente perdieron 1-5 contra el Getafe. También sabe mucho de este asunto Mancini. Su Inter arrasó en la Serie A de 2007 y se llevó el scudetto. Diez días después le tocó jugar la ida de la final de Copa contra la Roma. Resultado: un histórico 6-2 para los de Spalletti.
Es una cuestión psicológica, de apretar los dientes y querer sufrir. Bien merece la pena por el único título que El Barça lleva 11 años sin celebrar. De no hacerlo, la derrota es el segura. Es el precio de no cumplir el primer mandamiento.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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