Adrenalina en estado puro. Historia viva del fútbol español. Los eternos candidatos a la competición del vértigo y el infarto. La final que algunos llevamos años soñando sólo por el gusto de ver las banderas rojiblancas en un estadio a reventar y el orgullo de esa afición.
Barça-Athletic en el partido decisivo y resulta imposible abstraerse de la idea de que llegan mejor: ante la oportunidad de hacer historia -hacía 24 años que no optaban a ningún título-, sin las hipotecas de rotaciones obligadas que Guardiola hace en esta competición y con el equipo y la afición haciendo una piña impresionante para llevarse la Copa. Jugaron ayer con una fe encomiable y conmovedora: el meneo al Sevilla fue para el recuerdo, hubo fases de la primera parte en que parecía que jugaran 18 o 19 rojiblancos, momentos en que la defensa del Sevilla suscitaba auténtica compasión. Y además, lo celebraron como Dios manda: tras varios días de caldear el ambiente, hubo invasión en San Mamés y la ciudad se echó a la calle. En Barcelona, los bares ni siquiera estaban llenos.
Suerte que el partido del Barça dejó ese instante memorable que nos recordó que el fútbol se aprende en la calle y premia a los listos, a los pícaros. Suerte que el Barça tiene a este segundo portero nacido en el Puerto de Santa María (Cádiz) y con aspecto de actor porno que nos regaló la parada más importante desde la final de París. Y con ese Messi maravilloso, a quien le cuesta más dibujar un corazón con las dos manos que una vaselina perfecta con esa zurda vengadora.
Tres años después, el Barça se jugará un título en un partido. Una gran noticia, sólo empañada por el hecho de que el otro finalista llevaba 24 años esperando este día. Y un cuarto de siglo desde que levantaron su último título después de desquiciar a Maradona en la famosa batalla del Bernabéu (http://www.youtube.com/watch?v=x4lEQLO9GG0). Que Guardiola vea este partido antes de decidir su once en la final. Que sienta la fuerza que tiene ese club vasco en una final (1’34», 5’24», 7’50»). Que vea, ojo, a Schuster encararse con un rival y hacerle cuernos (4’00») por pura impotencia. Que vea cómo acabarían las finales si los futbolistas no fingieran ser buenos ganadores y buenos perdedores (8′ 30»), en el que debió ser el único partido en que no hizo falta despertar al Rey.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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