Tenía el aspecto inconfundible de un freak o de un postyonki. Era uno de esos culés al filo de la patología mental que pasaba el día en el Camp Nou, viendo entrenamientos de mayores y niños, paseando arriba y abajo, y ejerciendo de embajador de los jugadores entre los aficionados y de cónsul del culé en el vestuario.
Su indumentaria se componía inevitablemente de chándal o ropa ajada y por eso sorprendió a todo el mundo cuando el pasado sábado apareció en el Miniestadi entrajado para ver jugar al Orihuela y al Madrí, esos equipos menores. Ocurrió que los jugadores del Barça Atlétic le querían hacer un homenaje y le habían regalado un segundo traje, el oficial del equipo.
Con su atípica vestimenta, pero con el moreno y el graciejo de siempre, Cristóbal vio a los chavales, que ganaron por 4-0, antes de desplazarse al Camp Nou a asistir al último Clásico de su vida. Las televisiones le han recordado esta semana en escenas que recuerdan que los futboleros de verdad tienen un inevitable punto de locura. Hablaba con Eto’o de qué había comido, se abrazaba a Jorquera -sí, el que había antes del señor de la coleta- y aprendía a chutar con rosca con un maestro llamado Ronaldinho.
Si le hubieran preguntado cómo quería morir, Cristóbal habría pedido caer fulminado después de que su equipo masacrara el Madrí. Alguien le escuchó y le concedió un infarto al poco de que el húmero de Cannavaro comprobara la dureza de los palos del Camp Nou. En la semana en que se decide el futuro europeo del Barça, viene bien recordar que a este hombre le daba igual el alevín de la Rapitenca que el Milan. Porque él era del Barça, el equipo que juega a 50 metros del cementerio de Les Corts donde fue enterrado.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
3 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login