En la caverna corre hoy la cerveza y se asan jabalís. Sus gentes se abrazan y cantan canciones desafinadas. Hay cola en los kioscos y ganas de sintonizar Antena 3. Es el merecido homenaje que tienen los buenos guerreros, los que sobrevivieron al Clásico y pueden celebrar haber nacido a este lado de la trinchera.
El Barça-Madrid es siempre un día especial, en que se concentran las emociones y se embotan los sentimientos. El de ayer no fue una excepción: de Barcelona a Pekín y de Pekín a Nueva York hubo gente que estrenó televisor nuevo para ver a Messi más guapo. Hubo gente que recurrió a sus fieles de las grandes noches para reeditar la tradición de la danza de la guerra ante el eterno rival, hubo quien se reencontró con su infancia de batas azules y rojas -de blanco iban las enfermeras que te pinchaban el brazo un segundo después de preguntarte si te gustaba el fútbol, ¡traidoras!-. Y hubo corazones que justo ayer dijeron que no pueden más y pasaron el partido en un quirófano entre batas blancas.
Todo eso fue un Barça-Madrid que dejó escenas imborrables. Mecidas por el Perfect Day de Lou Reed se suceden hoy imágenes de esa calamidad desvergonzada que se llama Drenthe, del fanatismo de Sagado besándose el escudo, la grandeza de Casillas volando bajo la lluvia para parar un penalti, la locura africana celebrando un gol, los puños de Valdés bajo el chubasco, la legión de ancianos de la grada recibiendo con una muralla de cuernos a Palanca en un saque de banda.
El Barça-Madrid es la mirada de Messi fija en el balón antes de que le llegara en el último minuto, cuando ya había decidido lo que iba a intentar. Es ese balón flotante [http://es.youtube.com/watch?v=Y7JI1a-iS6k (1′ 29″)], colgado del aire mientras el argentino y otras 100.000 personas lo empujaban con los ojos hacia la red.
Fue una dulce agonía que ocurrió instantes antes de que Barcelona entera se abrazara a un barril de cerveza para poner punto y final al día perfecto.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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