FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«Las cuentas de ámbar no le iban bien con el cutis, o quizá su vestido no era el adecuado; el caso es que su rostro estaba deslustrado, casi feo, y el caso fue también que él lo quiso más que nunca en ese instante».
La edad de la inocencia, Edith Wharton
2013 será el año en que un equipazo tremendo barrió Europa. Ya saben ustedes que no hablamos del Barça, al fin saciado y de vuelta al psicólogo, sino de este Bayern enorme que lleva ganados cuatro títulos este año y vuela ahora hacia la Intercontinental. Los alemanes han sabido pulir un grupo de grandes jugadores que se hartaron de perder finales y semifinales de los grandes torneos sin tirar la toalla por el camino, acumulando rencor, estimulando su hambre. Los alemanes tenían, además, a dos genios del desborde con nivel para alzar algún día el Balón de Oro.
Robben, que se hizo suya la última final de Champions en una actuación conmovedora en un multiperdedor como él, pasó media temporada en blanco; aún quedaba Ribéry para liderar el pánzer bávaro. Ya habrán oído al francés esta semana, explicando con absoluta naturalidad que su mujer ya ha hecho sitio, justo bajo la chimenea, para alojar al trofeo más deseado por los futbolistas de todo el planeta y que hoy es el mejor jugador del mundo. Se lo decía, claro, a dos monstruos que le duplican en goles anotados como son Messi y Cristiano.
Efectivamente, Ribéry se ha ganado el poder reclamar para sí el Balón de Oro con esa suficiencia. Ahí están los títulos de su equipo, ahí están su rendimiento personal y su jerarquía sobre el césped. A su velocidad y regate ha añadido regularidad y un carácter de demonio. Este Cuasimodo contemporáneo lo logra, además, devolviendo el trofeo a los hombres después de que durante cuatro años haya estado en manos de un extraterrestre: han de saber que Ribéry lleva este año diez goles y diez asistencias y que cerró su gloriosa temporada pasada con 16 goles y 29 asistencias. Números de fuera de serie, números que firmaba el mejor Ronaldinho cuando estaba en la cumbre, pero números terrenales, al fin y al cabo.
El triunfo de Ribéry, salta a la vista, es el de alguien que tuvo que pelear en un deporte de lenguas afiladas y vestuarios crueles. Cuesta imaginar por cuánto habrá pasado alguien que se desfiguró la cara en un accidente de coche siendo niño. También cuesta imaginarle perdiendo el galardón dentro de un año, habida cuenta del nivel que mantiene el Bayern y de que tiene al mayor motivador del planeta gritándole cada mañana que es el mejor. Por otra parte, la conveniencia de que se lleve el premio es total: a Messi le vendrá bien comprobar qué ocurre cuando te desconectas del ansia de querer ganarlo todo cada día, a Ronaldo le vendrá bien para seguir con el cuento de que la senyo le tiene manía y seguir peleado con el mundo. Y a Ribéry, pues imagínense: en cuanto lo refleje en esa esfera dorada, su rostro ya no será el mismo; será para siempre el del número uno del mundo.
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