FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Si han tenido ustedes ocasión de ver Último tango en París sabrán que mantequilla y culo son conceptos que pueden perfectamente estar emparentados. Disculpen esta insólita reflexión, pero a buen seguro compartirán que la mantequilla mecánica que es la defensa del Barça ha alcanzado este año nuevas cotas de desvergüenza y causado innumerables aflojamientos intestinales. Cada vez que el rival cruza la medular, hay un peligro mortal de gol en contra, y un año más, hemos recibido un número de tantos tercermundista (49). Y todo eso a pesar de haber disfrutado durante meses del momento más álgido del mejor portero que hemos conocido.
Valdés. 10. Memorable. Jugar a ese nivel cuando es tu último año y estás peleado con medio club es algo que sólo está al nivel del ya legendario Víctor Valdés. El único título del año -la olvidada Supercopa de España- se lo debe el Barça a los milagros de su número uno a disparos de Villa o Turan allá por el mes de agosto. Después de aquello hizo la que es sencillamente la mejor temporada de su vida, alternando una regularidad absoluta con un par de milagros por partido. A su concatenación semanal de proezas le debe el Barça el espejismo de haber sido líder holgado de la Liga en la primera mitad de la temporada. Era el mejor Valdés de la última década y suyo era el Mundial. Y ahí le tienen, en muletas y sin equipo. Para redondear todas las maldiciones de los porteros, se va con el reconocimiento de haber sido el mejor del equipo precisamente el año que trataremos de olvidar.
Pinto. 5. Vulgar. Los porteros paran, los delanteros meten. Así es la vida. En esa vulgar lógica se ha movido Pinto este año: paró lo parable y no paró lo difícil. Y seguramente pudo hacer más en los dos goles de la final de Copa, en esa derrota contra La Banda, en que no fue ni mucho menos el peor del Barça pero en que empañó el historial que se había ganado en ese torneo. Con la lesión de Valdés tuvo que jugar mucho más de lo habitual y ahí nos recordó que a un portero que va camino de los 39 años no se le puede pedir según qué. Eso sí: un año más, felicitarle por cumplir a la perfección con uno de sus principales cometidos, el de sacar a los tribuneros de sus agujeros. Siete años después, siguen sin perdonarle la trenza.
Oier. S/C. Viejoven. Les gustará saber que hace más de seis años que debutó en el primer equipo. Seis. Más tiempo del que estuvo aquí Ronaldinho. Si se fijan ustedes, cada vez luce menos cara de buscar bellotas y más de necesitar una boina.
Alves. 6. Digno. Un año más, Alves acabó el año con más energía de la que empezó, empujado por esa competitividad que le ha acompañado durante toda su carrera. Ha vuelto a estar lejos de los números siderales de sus primeros años en el Barça pero acaba con cuatro goles y seis asistencias, cuando en 2011 sumó cuatro y 19. Pero en fin, no es él, fue el Barça. A Alves habrá que agradecerle ese punto macarra y provocador, ese espíritu que seguramente empujó al Barça en las últimas semanas, cuando ya era un equipo vencido.
Montoya. 5. Incógnito. A estas alturas, y son ya varios años, ignoramos si el bueno de Montoya es un jeta que espera que la titularidad le llegue por razones vegetativas, un filósofo adornado con el don de la paciencia o una víctima del miedo cerval que tuvo el Tata a cuestionar las jerarquías. No habla bien de él que el club busque a un lateral con el auténtico desastre que hay en otras posiciones más importantes. Y desde luego, de un tío con su apellido y condiciones, 23 años de edad y procedente de la cantera, uno espera más. Sería hermoso saber qué han pensado sus gemelos -sí, la mayoría de laterales tienen el cerebro tras la rodilla- de la llegada de Luis Enrique.
Piqué. 0. Culpable. Apréciese que es bien distinto ser malo que ser culpable. Y Piqué ha sido culpable este año de más de diez goles en nuestra portería, batiendo su propia plusmarca y alzándose con el segundo trofeo Barjuan de su carrera. Nos ha recordado, de paso, que en su primer año, cuando se convirtió en el mejor central que ha visto el Camp Nou, cantó sólo en dos. A un estado de forma lamentable -que retrató a la perfección Vitolo en esta acción, no tiene desperdicio– hay que añadir el vergonzoso pacto táctico que firmó con el Tata para conseguir que la defensa del Barça estuviera 20 metros más atrás de lo que ha estado siempre. Era un intento de que se notaran menos su pésimo nivel físico y las carencias de Mascherano, pero lo pagó todo el equipo, pregunten a Xavi o Busquets. Seguramente, sin ese pacto con el Tata a lo mejor habríamos hecho la misma temporada lamentable, pero habríamos pasado menos vergüenza.
No hemos acabado. También hay que hablar de su nivel de exigencia en los entrenamientos, digno de la buena época de los caipirinhos. Si se fijan, todo en Piqué se parece cada vez más a Gudjohnsen, y si no me creen, recuerden cómo lucía el chaval cuando pensaba en el fútbol. Da la triste casualidad, además, de que Piqué es uno de los líderes del vestuario y titular indiscutible gracias a la inacción de Zubizarrera. Créanme: un vago que juega siempre es demoledor a la hora de lograr que la gente corra. Nos queda aún un último reproche que hacerle: el trato que le ha dispensado cierta prensa nos convence de que nada bueno nos llegará con él a bordo. Huele muy fuertemente a Nuñismo 3.0. Veremos cómo se desenvuelve ahora que al fin le dejan sin su bufón, y veamos qué puede hacer con él Luis Enrique.
Bartra. 7. Orgulloso. La transformación de Bartra de un año para otro es digna de aplauso. De hecho, verle morder en el centro del campo y rascar en el uno contra uno sin la timidez de otras temporadas hacen pensar en el tremendo papel que puede llegar a jugar un psicólogo deportivo. A pesar de ese cambio en su actitud, las dudas sobre si tiene nivel para ser titular de un equipo campeón se mantienen (piensen en Godín, Miranda, Pepe, Ramos) porque ha seguido mostrando las lagunas tácticas de siempre. Pero el fútbol son detalles, y a Bartra, en un año de reiteradas e injustas suplencias, le vimos celebrar un gol en una final contra La Banda besándose el escudo, lejos de celebraciones ególatras o revanchistas. Y a Bartra le vimos también, angelito, llorar por la pérdida del título de Liga.
Mascherano. 4. Náufrago. Mascherano es un capitán y es un referente y uno de los pocos jugadores en ese vestuario -y en cualquier otro- que cuando juega mal lo reconoce y se fustiga por ello. Viendo lo que queda en el vestuario, convendría retenerle un año más. Pero a pesar de todo, sigue siendo un náufrago en el eje de la defensa. Su caso prueba que en el fútbol se aprende hasta los 20 añitos, y que después uno ya pule lo que tiene sin grandes milagros. Mascherano no es defensa, nunca lo fue, y si le tocó hacer de parche fue por la asombrosa incapacidad de Zubi y por el hundimiento físico de Puyol. Sus subidas al centro del campo en busca de la anticipación siguen siendo más devastadoras que muchas plagas africanas y su colocación sobre el césped es dantesca. Como decimos, Mascherano es un náufrago, pero un náufrago que tuvo la mala suerte de que no le enseñaran a abrir cocos.
Puyol. 0. Ayudante. Ayudante de Zubizarreta, se entiende. Su año ha vuelto a ser un despropósito y el control que ha ejercido de un vestuario acomodado, pues ya lo han visto. Al anunciar su retirada, tuvo los bemoles de decir que le había pedido a Zubi que ya podía fichar a un central; es decir que después de tres años de sangrías defensivas consideró que precisamente ése era el momento de fichar. Nadie podrá demostrar, como se ha dicho, que fue él quien frenó una y otra vez el tan esperado fichaje defensivo. Sí sabemos es cuál es su nuevo cargo. Y disculpen, pero sonroja viniendo de un capitán que aspiraba a medirse a Segarra.
Adriano. 7. Ejemplar. Con cinco asistencias y cuatro goles ha vuelto a ser un arma importante en ataque; sus actuaciones defensivas han seguido marcadas por la profesionalidad de siempre. Seguramente a ustedes les aburra leer de Adriano como a muchos nos aburre escribir sobre él, pero hay algo en su juego, en su regularidad, en su hacer, que nos recuerda a otros aburridos imprescindibles como el tal Keita.
Alba. 3. Dimisionario. Busquen en su memoria reciente y recordarán que no les parecía temerario decir que Alba era el mejor lateral zurdo de Europa. Juzguen, pues, su penoso año de anonimato e intrascendencia. Comprendemos, claro, que hay muchos jetas en el equipo, pero incluso el presidente de todos ellos nos dio un par de Champions antes de dimitir. No es el caso de Alba. Ha dado más titulares a la prensa del corazón que a la deportiva y nos deja, además, el recuerdo de cómo invocó a la mala suerte el día de su lesión.
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