Capitán

Capitán alegre, capitán triste

6 septiembre , 2008

La semana se ha llevado por delante a Segarra, el hombre por quien se inventó aquello de «El gran capità«, el que para algunos es el mejor jugador de la historia del Barça, el hombre que capitaneó al Barça más triomfant de siempre en la temporada 51-52, la de las cinco copas.

Juanito era un sumo sacerdote de las normas del vestuario, un integrista de los códigos internos y un ganador irreductible. Su utilidad sobre el terreno de juego le llevó a estar en el top 5 de los jugadores que más partidos han disputado de azulgrana -donde, por cierto, está Rexach, ese perdedor impenitente-, podía jugar en varias posiciones y el gran Helenio Herrera le dedicó el siguiente piropo. «Nunca tuve un capitán con la dedicación, humanidad y calidad de Segarra. Hacía tanto trabajo que cuando me fui al Inter necesité tres líderes como Fachetti, Suárez y Mazzola para hacer el trabajo de Segarra».

El mito que nos ha dejado hizo posible que la generación del fútbol en PPV y por cable oyera hablar de tipos como Kubala, Kocsis o Basora. Él hacía el trabajo sucio, tiraba del carro con buen humor y ambición de ganar. En la dedicatoria con que se despidió en su funeral, aparece un capitán de mandíbula cuadrada y mirada fija, alguien temible que me ha hecho pensar en Puyol. Sólo un detalle les separa, y eso es la sonrisa.

Puyol es un capitán dedicado, un futbolista superprofesional, un obseso de la talla de Raúl en el Madrid, pero nunca supo sonreír. Ya lo vio Guardiola cuando era jugador y supo que un tal Puyol del filial se negaba a irse cedido al Málaga. «A éste no lo echarán ni a cañonazos». El cinco del Barça es un ejemplo de humildad y de ambición que, sin embargo, adolece de la principal cualidad de un capitán, ése don de los cielos llamado carisma.

Cruyff le criticó sin piedad la semana pasada, acusándole de ser el gran culpable de que el clan de la caipirinha pasara de celebrar de noche sus victorias a ahogar en alcohol sus ausencias del césped. En esta caverna estamos de acuerdo. Puyol, como buen catalán, tiene esa enfermedad que es la sobriedad, y a un brasileño, a veces, no se le gana con el ejemplo del madrugar diario, sino con un baile con los calzoncillos por montera.

De hecho, el gran capitán del difunto equipo de Rijkaard, en gloria esté, no fue Puyol, sino Ronaldinho. Sus compañeros se hartaron de explicar cómo les motivaba en el vestuario, cómo lo contagiaba de alegría y carcajadas, cómo rezaban con él para ganar, cómo les abrazaba antes del partido recordándoles que 1)estaban en el mejor equipo del mundo y 2) que si todo iba mal, él estaba de su lado.

El mismo reconcentrado autismo que asola a Puyol -recordemos que los sociópatas Tamudo y De la Peña se cuentan entre sus mejores amigos- es un mal de otros aspirantes al brazalete. Xavi o Iniesta no aportan valores que no tenga el capitán, al margen del de saber jugar con el balón en los pies. Y ése es un problema, el de la falta de entusiasmo y alegría, que debe tratar Guardiola, porque un vestuario noble pero triste está condenado al fracaso.

De Segarra a Puyol han pasado cuatro décadas. Y es curioso cómo la historia recordará al primero, que se fue entre las brumas del Alzheimer, como un hombre que transmitía optimismo ante cada tormenta, y al segundo como un sufrido labrador que ni en lo más alto de su carrera supo esbozar el gesto futbolístico fundamental: la sonrisa.

6 Comentarios

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