Hay noches en que sólo los perros abandonados, los borrachos tristes y los cementerios vacíos son capaces de comprender al barcelonismo. Canaletes, que pudo ser una fiesta, se acostó ayer desolada, dando la bienvenida a lo que ya es oficialmente una nueva travesía por el desierto.
Con la ciudad de luto y miles de culés apátridas sumidos en la miseria, el calendario se muestra en toda su crueldad: la Cibeles espera a la Banda de Bernardo, la previa de la Champions asoma, Cruyff se niega a la evidencia de que hay que traer a Mourinho y los cinco meses que quedan para que vuelva el fútbol se antojan interminables. A un pueblo como el azulgrana, que durante décadas hizo de la lágrima su hábitat natural, no le es nueva la frustración del caer con honor. Y afortunadamente, es instalado en el rencor cuando saca lo mejor de sí mismo: del infierno nuñista brotó el Dream Team igual que del sonrojo gaspartiano asomó el equipo de Rijkaard.
Y en pleno rencor, uno espera por lo menos un placer postrero: asistir en el Camp Nou a dos tremendas pañoladas a Laporta y Txiki, que erraron dos veranos consecutivos para hundir a un Barça campeón. Suyo es el error, nuestra la pena, tan honda por decir adiós a este equipo asombroso y fugaz, que murió prematuramente a los dos años de nacer. La Maga, que perdió a su hijo pequeño en Rayuela, explicó nuestra desolación: «…Y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballo de juguete». Txiki y Laporta, Laporta y Txiki, y el Plenipotenciario.
El Barça ha muerto. No intentemos resucitarlo: démosle un funeral sentido, y volvamos. Nos lo pide la inscripción al pie de la farola más triste del mundo en esta noche lúgubre.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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