Nada de hundimientos. Nada de fracasos. El único equipo del mundo que juega sin medio centro vuelve a ser campeón de Liga. Por primera vez en 19 años, el Real Madrid, el club más laureado de la historia del fútbol, repite título.
Lo hace con paradojas como la de su presunto cerebro, Guti. Cada una de sus 12 ausencias del equipo titular se han traducido en victorias. Gracias As, gracias Marca, por imponer su titularidad. Lo hace con jugadores como Miguel Torres -el Maxi López blanco, que sólo queda bien en las celebraciones-, o Marcelo, o Gago, o Diarra, que tendrían difícil jugar en el Espanyol.
Y lo hace, sobre todo, reivindicando la figura de Fabio Capello, el sumo hacedor de milagros, que descubrió el pasado año que a fútbol se puede jugar y ganar reduciendo el campo a dos áreas: la propia y la ajena. La banda de Bernardo ha jugado a la nada ya conocida, ha derrochado casta y ha vuelto a reivindicar que nada en el mundo del fútbol es tan voraz y letal como el maldito escudo del Real Madrid cosido a una pechera, sin importar qué colección de medianías luzca la blanca camiseta.
Así las cosas, queda alegrarse de que la dupla Calderón-Mijatovic gane crédito y vuelvan a culminar un verano de desenfreno pagando locuras por vulgaridades (Pepe, Robben) y a fichar auténticos floreros (Metzelder, Saviola, Dudek). Además, es de prever que el vestuario perderá, después de dos años triunfales, el hambre que le ha caracterizado siempre.
Pero si algo debe alegrar al pueblo barcelonista es que Fabio ya no está en ese estadio, en ese club nacido para arruinar y sembrar dudas en el equipo más estético del mundo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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