Año 1848. Se publica el Manifiesto Comunista, Francia proclama la república, arranca la primera línea férrea en España para cubrir el trayecto Barcelona-Mataró y un sabio llamado William Thomson descubre el cero absoluto.
Ése fue el nombre que dio a la temperatura de -273º C, la mínima imaginable, la que dejaba a las partículas sin movimiento para suprimir cualquier energía intena. Esta semana, 160 años después de aquel hito científico, el Barça ha encontrado su propio cero absoluto.
Contrariamente al ideario catastrofista, que se sostiene sobre afirmaciones clásicas como «Estamos peor que ayer y mejor que mañana» o la portuguesa «Podía ser peor» o la legendaria «De cagarla siempre estamos a tiempo», este Barça está condenado irremisiblemente a mejorar.
No analizaremos hoy el papel de Guardiola -tiempo habrá para jugosas entradas- ni la tristeza infinita por el adiós de ese héroe del estoicismo llamado Rijkaard, ni el desastre de saber que mañana domingo puede ser la última vez que el Camp Nou vea trotar a Deco o Eto’o.
Lo ocurrido en estos días de pesadilla es positivo para el futuro, porque la política de tierra quemada se podrá aplicar sin sentimentalismos. Los fichajes, sean los que sean, vendrán hambrientos. El vestuario recuperará la inercia positiva. Y será imposible acabar la Liga a 17 puntos de la Banda de Bernardo, una distancia que bien podríamos conocer como el cero absoluto.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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