Cuentan los sismógrafos que la de ayer fue la segunda ola que se ha visto en el Camp Nou en tres temporadas. Después de que el equipo alcanzara la gloria y se inmolara en París, sólo una vez más se vio al estadi sumido en la euforia con Rijkaard en el banco: fue justo antes de que Rufete metiera un pase al hueco y Tamudo arrebatara el título al Barça para entregarlo al Madrid. En todo el pasado año, ni una sola vez se vio a la afición volcada con su equipo. Nunca.
Dicen los obsesos de la estadística que después de París, el Barça sólo ganó en tres ocasiones partidos que comenzó perdiendo. Tres en dos años, ante rivales como el Celta, el Athletic de Bilbao y el Depor. Y añaden que en todo este horrible paseo por la nada, sólo en tres ocasiones encadenaron cuatro o más victorias seguidas (septiembre de 2006, noviembre de 2006 y octubre de 2007).
El equipo de Guardiola parece dispuesto a que olvidemos todo aquello: en tres semanas, ha ganado seis partidos seguidos. En tres días ha remontado a dos equipos broncos como el del incalificable Sánchez Llibre y el de ese héroe griego llamado Brandao. Y ayer, en 25 minutos logró erizar el pelo al barcelonismo con una avalancha de fútbol arte. Fue un Barça voraz y con recursos, un Barça donde Messi hace soñar, Iniesta bordea la estética pura y Xavi imparte lecciones de sabiduría. Un Barça donde Eto’o sabe que cualquier día puede ir al banquillo o fuera de la convocatoria y en que hasta Henry quiere enchufarse.
Ayer, durante esos 25 minutos perfectos en que humilló al Dinamo del Manzanares, uno supo que este tierno equipo de púberes y talentosos canteranos está llamado a ilusionar otra vez al Camp Nou. Se acabó la puta transición: el Barça ha vuelto.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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