El Espanyol quiere denunciar a Henry, a Piqué y a Messi por generar violencia con sus celebraciones. Pobres pericos, como Laporta, se descalifican solos. ¿No se han enterado de qué va el fútbol? ¿No saben cómo las gastan Tamudo o Luis García? ¿Acaso no han visto nunca a Marañón, ese goleador histórico, jugando con 60 años en la Zona Universitaria partidos a cara de perro? A sus años no ha olvidado que la celebración de un gol en según qué partidos equivale al pillaje y a la barbarie de los buenos soldados cuando ganan la guerra.
Pero claro, al Espanyol le dolió perder y acusa a Henry. Con su estrambótico gol, el 14, el hombre que hizo soñar a una generación y engañó a toda la culerada, se fue a la esquina y dio rienda suelta al demonio que lleva dentro: «Come on!! Come on!!», rugió. Puede que Dani y el resentido Pedro Tomás quieran convertir el fútbol en Wimbledon, pero se equivocan. El fútbol es grande porque desata pasiones y porque el escarnio al perdedor es legítimo y bienvenido.
El fútbol es esa locura capaz de hacer que esta Caverna perdone, aunque sólo sea por unos días, a Henry, el guerrero con pies de artista. El fútbol es ver a Henry arrasando a Zanetti como si fuera un alevín, adelantando a Carragher como un avión, es ver al hombre que tuvo lo mejor de Ronaldinho y lo mejor de Eto’o rozar la locura para celebrar un gol a su odiado Tottenham.
El fútbol es ver a Henry preguntando a la afición rival y al árbitro si con un hat trick tienen bastante. El fútbol es dejar un derby entre insultos: gràcies, Titi.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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