El origen del concepto ‘coitus interruptus’ es oscuro. El Antiguo Testamento ya hablaba de él contando las secretas y solitarias cuitas de ese referente de la cultura occidental que fue Onán. Su construcción latina ofrece pocas dudas sobre la universalidad de un término tan temido y terrorífico como «peste negra», «santo oficio» o «guerra».
En esta caverna tenemos un miedo atroz, cerril y primario al ‘coitus interruptus’ balompédico, esa fatalidad del calendario que viene a joder justo cuando el Barça despega para premiarnos con 15 días de abstinencia y una visita a la hermosa localidad de Tallin, Estonia, donde los chavales de Vicente del Bosque que aprendieron de Luis Aragonés sumaron ayer una nueva victoria.
Por don Vicente del Bosque siempre sentí un cariño particular: sus jugadores hablaban maravillas de él y representa todo lo noble, ambicioso y humilde de esa plaga que no cesa llamada Real Madrid. Antes de ser domador de la galaxia, Del Bosque fue jugador. Eran tiempos de fútbol en blanco y negro y con dictadores en la grada en que no había resquicio alguno para el glamour o el ego de los jugadores.
Sin embargo, del Del Bosque futbolista trascendió algo que viene muy a cuento: sus compañeros no ocultaron nunca su asombro ante el volumen de la hombría del bigotudo mozalbete. «La tiene como una botella de Coca-Cola», decían de él. A esa botella de refresco y a su tupido mostacho debemos esta semana la increíble destrempada que hemos sufrido gracias a la furia.
Esta caverna se entrega hoy a la utopía y el desenfreno y sueña con un fútbol sin parones por las selecciones, por un fútbol donde solazarse sin interrupciones y donde refocilarse sin atender al reloj.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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