La irrupción de Sergio Busquets en la elite reabre el célebre debate sobre el papel de la genética en la alta competición. Los hermanos Laudrup hicieron correr ríos de tinta sobre la clonación del talento y los De Boer hicieron lo propio con la patraña. Jordi Cruyff validó la teoría de Dalí de que el genio no se hereda y Sanchis padre y Sanchis hijo ganaron, de la mano de sus blancas camisetas, sendas Copas de Europa.
Pero explicar el caso del hijo del portero que tiraba caños y sombreros dentro del área es cosa difícil sin recurrir a la hermana de Urtain. Según mi maestro de cabecera, la dulce hermana del púgil español más famoso de la historia apostó un día con el campeón para ver quién era más fuerte. Vascos y brutales, decidieron golpear a una mula para comprobarlo. El campeón quedó humillado: su hermana pegó primero y mató al animal de un solo puñetazo.
Así ocurrirá con la fama de Carles Busquets: hasta ahora, podía presumir de ser el único chaval de Ciutat Badia que jugó la Liga de Campeones de azulgrana. Su hijo le dejará en nada. Ayer mismo tuvo dos momentos estelares. En el primero, desmarque, control con la derecha, chut, caño y gol con la izquierda. En el segundo, pase al agujero de primeras y gol de Bojan.
Además de calidad, agresividad y hambre, Bussinho ha roto la tendencia liliputiense de La Masia, y se eleva hasta el 1,91. Ayer, hasta pareció compatible con Touré –recordemos, votado por este prestigioso foro el mejor jugador del Barça el pasado año-. Sólo un pequeño problema enturbia el entusiasmo por el hallazgo de este centrocampista total, y es su parecido con cierto ex futbolista llamado Motta.¡Larga vida a la hermana de Urtain!
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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