Abrazos con desconocidos. Lágrimas furtivas. Gritos y cánticos a media noche. Bufandas al vuelo, reconciliaciones matrimoniales. Y todo por una revelación: el fútbol ama al Barça.
El barcelonismo se refociló ayer en la felicidad más completa ante el desastre de ese equipazo ruin llamado Chelsea. Los africanos de Abramovich, su ejército de mercenarios, acabaron llorando, desquiciados, enloquecidos ante la triste realidad de que a pesar de su potencia y su competitividad, nunca serán Iniesta, nunca serán del Barça.
Tenía razón John Carlin hace un par de meses en su homenaje a Essien, titulado El impacto del bisonte africano: «Essien -lateral, central, centrocampista defensivo y goleador- es un superhombre. El entrenador, o jugador, o aficionado que no desee tenerlo en su equipo no entiende nada. Con Essien, se juega con ventaja. Vale por dos y su espíritu guerrero inspira fe en la victoria y contagia a los compañeros. Uno siempre va a querer jugar con Essien en el equipo, y no en contra».
El fútbol, sin embargo, es otra cosa. El fútbol prefiere a Iniesta, el Ángel Exterminador, y este blogger pudo visitar Canaletes y beber de sus aguas a la salud de los culés exiliados, a la salud de una noche no muy lejana en que un chut de Scholes nos privó de jugar la final más grande (http://lacavernaazulgrana.blogspot.com/search/label/Canaletes).
Fue ahí, en La Meca, donde leí estos mensajes:
«M’he quedat afònic cridant en un pub irlandès ple d’animals anglesos». David, Pekín.
«Que gran és el fumbol». Ferran, Barcelona.
«Dime que estás bien, anda». Gonzalo, Nueva York.
«En mi vida había oído chillar tanto. Hay cuatro abuelos que no he visto en mi vida dándose palmaditas (…)». Patricia, Barcelona.
«Fantastic!» Tomek, Polonia.
«Ké grande…» Miguel, madridista de Vigo.
«Glorioso!» Josete, Málaga.
«No sé què dir. La millor setamana blaugrana des que vaig anar per primera vegada al temple culé fa 32 anys». Toni, Barcelona.
¿Quieren saber quiénes son ellos? Miren la foto. Se les ve al fondo, justo detrás de Iniesta. Son el pueblo elegido.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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