Malcolm McDowell tiene 66 años y hace casi 40 que es historia. Es más que eso: es un icono, un sello inconfundible y omnipresente en las carpetas de las escolares más rebeldes y en los pósters de los freaks más gafopastos. McDowell interpretó en su día a Alex, el terrorista callejero de La naranja mecánica de Kubrick. El matón y violador sin escrúpulos que recibe la célebre condena que aparece en la foto: el tratamiento Ludovico, que le obligaba a ver imágenes sin siquiera pestañear.
Hace unas semanas, el bueno de Malcolm trajo su inquietante mirada azul a Sitges y tuvo bonitas palabras de afecto para Kubrick. Recordó cómo rodando la escena sufrió un desgarro de córnea y cómo el director le obligó a seguir rodando, sin pestañear, a pesar del dolor. A cambio de ese suplicio, su nombre figura en la historia del cine.
Esta bonita parábola es un intento de reconducir la furia anti Márquez que vivió esta Caverna anoche. Nuestro romántico y atolondrado central -casi siete años en Barcelona le contemplan- está completando un inicio de temporada tremebundo; el de ayer es el cuarto gol rival en que participa. Es el kaiser un central con horchata en las venas, que no se alteró ni cuando en el vestuario le regalaron un CD de Alejandro Sanz, por cuya esposa estuvo a punto de fichar por el Atleti. Pero -y ésa es la grandeza del asunto- ocurre que Márquez es de los pocos centrales en el mundo que saben sacar jugado un balón, algo imprescindible en este Barça.
El arte, la eternidad y las naranjas tienen un precio. El que pagamos en el Camp Nou es el de tener a uno de los grandes empanaos del mundo del fútbol. ¿Compensa? Viendo a McDowell en Sitges, uno habría dicho que sí.
PD. Conozco a mi audiencia y sé que nadie compartirá lo que aquí he escrito. Sean ustedes creativos y sugieran castigos dignos de nuestro dorsal 4, alias la venganza de Moctezuma.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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