«La familia: cosa difícil y complicada», suspiraba Pla. Poco más o menos podríamos decir del fútbol. Ahora que en el Camp Nou toca partir de cero, olvidar la gloria, volver a la humildad y el esfuerzo, la jornada de ayer da unas cuantas lecciones.
Este deporte de normas crueles y simples tiene un sólo dictador: el gol. Los caminos que a él llegan son intrincados y sorprendentes. Nada mejor que la cocina del fútbol, las ocasiones de peligro, para comprender el espíritu de este juego. Miren a los pobres angoleños: a la pena de organizar una Copa de África que ha empezado en atentado terrorista se une la histórica humillación de dejarse empatar en su debut después de haber ido ganando por 4-0: http://www.youtube.com/watch?v=Znu2bzUNCLE.
Peor aún se desenvuelve en los abismos del todo o nada el Murcia, que ha sido capaz desde el pozo de la Segunda División de comprender que el balompié es un juego canalla que retrata a los apocados y a los débiles de espíritu. En lo que va de temporada, han marrado cinco veces en los cuatro penaltis que le han pitado a favor. La rareza matemática consiste en que contra el Villarreal B les tocó repetir la pena máxima, lo que se saldó con un fiasco por duplicado.
Sobre todo ello debía reflexionar ayer Valdés bajo la portería: el Tenerife tuvo hasta cinco ocasiones claras, pero sus anónimos delanteros fallaron una y otra vez. Cuando el Barça se estiró, se acordó de que arriba tiene a un jugador a quien en el cuerpo técnico conocen como El Bicho y que tiene la fea costumbre de no sonreír. No juega en Angola, ni en Murcia. Tampoco en esa Fundación de Ayuda al Culé llamada Tenerife. Y es el mejor del mundo porque ha comprendido la ecuación que lo mueve todo: la sangre fría ante el portero, la necesidad de machacar, ese fenómeno extraño llamado gol.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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