Arsenal

La noche que sobrevivimos

21 marzo , 2010

Ocurrió desde el inicio de la segunda parte y se alargó durante 25 minutos. El 17 de mayo de 2006, durante la final de París, este Cavernícola era incapaz de mirar en el televisor un partido sobre el que tenía que escribir páginas y páginas. Una subida de tensión mantuvo al fallido periodista visitando continuamente el lavabo. Ignoraba qué ocurrió durante esa eternidad hasta anoche, cuando encontré valor para seguir esos minutos.

Varias lecciones pueden extraerse: Puyol y Oleguer hicieron el peor partido que ha firmado jamás una pareja de defensas en una final de ese nivel. Seguramente, la peor actuación de sus vidas, que no es poco decir; de haber perdido el Barça, lo más probable es que se les hubiera apedreado hasta la muerte en el aeropuerto del Prat. Más: Valdés e Iniesta mantuvieron al equipo vivo. Su fe aguantó al equipo de Rijkaard, que aquella noche cometió la tropelía de meter en el once a Edmilson y Van Bommel y dejar al 24 en el banco.

Pero el Barça no ganó por sus jugadores. Resistió con 0-1 en contra por su rebeldía y por un espíritu colectivo que estuvo también en Deco, Eto’o, Ronnie, Gio o Larsson. No quisieron perder y por eso no entraron las claras ocasiones de Ljunberg, Heb o Henry, que habrían sido definitivas en los 25 minutos más terroríficos desde el Auswitch de Atenas.

Uno compara hoy a aquel equipo gunner con el actual y constata que juega a lo mismo. Antes el vértigo era Henry en toda su exuberancia, ahora es una gran línea que recuerda a lo que El Maestro escribió de la Roma de Spalletti. Jugador por jugador, no hay duda que en 2006 el Arsenal era un rival temible, mientras que ahora, salvo Cesc y tal vez alguno de sus laterales, es poco más que un compendio de wannabes de segunda fila de los que en España suelen acabar en el Atleti y algún crack en ciernes a la espera de abandonar el barco.

Decíamos, en cualquier caso, que no fueron los jugadores lo que decidió aquella noche a tumba abierta que resolvió un contrabandista*. Fue la capacidad de sobrevivir, la voluntad de un equipo imperfecto y de una afición que desfallecía, iba al lavabo a remojarse y volvía ante la tele. Darwin nos salvó entonces pero esta vez será más difícil: los londinenses tienen de su lado esa arma formidable que es la sed de venganza.

*Lamento no dejarlo como attachment, son las cosas de los chicles Orbyt. Fue publicado en el último El callejón del ocho de 2006 con el título El año Juliano

Es en la última escena cuando la heroína rubia se enfrenta a su verdugo. Le derrota mediante la técnica de Los cinco puntos de presión para hacer explotar un corazón. Al malvado Bill sólo le queda dar unos pasos sobre el césped antes de caer muerto.

El guión iba a repetirse a las 22.18 horas del 17 de mayo a la vista de medio mundo. Una veintena de deportistas bregaban bajo la lluvia en un campo de fútbol al norte de Francia. Era el ocaso del choque cuando uno de ellos decidió buscar la gloria.

Recogió un rechace y metió un balón profundo a Larsson. Avanzó unos metros, con ese trote elástico tan suyo. Dudó. Repentinamente, su instinto le ordenó lanzar un desmarque por detrás de Ljunberg. Mientras aceleraba, vio cómo Larsson salía del área para devolverle el cuero con el interior del pie izquierdo. Una sucesión cósmica de frustraciones acababa de desencadenarse.

El rapidísimo Cole no alcanzó el balón por un maldito milímetro. Hincó la rodilla justo para ver cómo un futbolista con perfil de contrabandista se disponía a recibir en el corazón del área. Mientras el esférico rodaba, el lateral inglés no sospechaba que el nombre de Juliano Belletti estaba a punto de instalarse para siempre en su memoria.
Y eso que Belletti era sólo el gafe en un equipo de campeones.Si había que dar una hostia, ahí estaba él. Cuando insultaba al rival, le cazaban las cámaras. Un día en que superó a todos en un juego de puntería, aquello resultó ser un entrenamiento y nadie supo de su gesta. Y para colmo, en dos años en el Barça no había marcado ni un triste gol, con una sola excepción: batió a Valdés en la eliminatoria contra el Chelsea de la campaña 2004-2005.
El control se le fue largo. Fueron las cinco zancadas más importantes de su vida, tratando de mantener ángulo para chutar pese a la embestida de Flamini. Cuando llegó el disparo, el defensor se estiró al máximo. Los tacos de su bota izquierda presintieron el balón, conocieron su veneno, pero no alcanzaron a tocarlo.
Eran las 22.18 horas cuando la pelota impactó en el gemelo de Almunia -que se maldeciría la pantorrilla por siempre jamás- antes de besar la red. El juego más democrático del mundo acababa de llamar a Belletti, como haría después con Materazzi o Cannavaro, entre sus elegidos. Era el instante soñado de todos los niños culés: un gol que valía una Champions.
En la grada del Stade de France, el padre y el hijo del dos azulgrana le vieron cubrirse los ojos con ambas manos para llorar bajo el chubasco. Y Belletti, como el villano que inventó Tarantino, gozó de una muerte poética. Pudo dar uno, dos, y hasta tres pasos, antes de caer fulminado sobre el césped. Junto a él se tendió el mejor futbolista del mundo para susurrarle unas palabras milagrosas. «Te lo mereces, te lo mereces».

Tras la piña, acallados los llantos de sus compañeros, Belletti quedó solo ante la historia. Contra toda lógica, pudo levantarse y volver a andar.

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