Ha tenido que ser un hombre del temple y prudencia de Robinho el que ponga un poco de orden en el debate del Balón de Oro FIFA. Una vez se han unido dos premios que sus organizadores se empeñan en denigrar (unos y otros), han comenzado las alucinantes campañas que suelen precederlo. Estos premios se han concedido históricamente al mejor jugador del año, una condición que solía acompañar a jugadores que habían hecho grandes temporadas en lo individual y que habían encontrado el éxito en sus equipos conquistando títulos. Pero año tras año, aparecen candidatos que sonrojan.
Ahí está Forlán, que ha conquistado dos competiciones menores como son la Europa League (recuerden que sus finalistas, el pasado año, eran el noveno de España contra el 12º inglés) y la extemporánea Supercopa de Europa. Cierto es que fue el goleador de Uruguay en el enorme Mundial que hicieron los charrúas, pero con el Balón de Oro del Mundial ya podía darse con un canto en los dientes. Ya se sabe que la sinrazón de los periodistas atléticos es infinita.
El otro depredador que ha sonado es el gran Diego Milito, que completó un final de temporada asombroso para ningunear a Eto’o y ser fundamental en todos los títulos del Inter. Acabó la temporada con 30 golazos y fue la clave del triplete nerazzurro. Sin embargo, su papel en el Mundial fue tristísimo: quedó relegado al banquillo y nos recordó que no deja de ser un matador que estuvo en el lugar adecuado. (Recordemos que animales como Hugo Sánchez, Jardel o Polster no aspiraron jamás a ganar otra cosa que la Bota de Oro, y que tampoco suertudos reincidentes como Pedro optan al máximo trofeo individual que hay en el mundo).
La vía interista la completa Sneijder, favorito de Mourinho, que ha completado un gran año haciendo lo que sabe: repartir palos y pegar pepinazos acompañado de una pertinaz potra. A pesar de que su candidatura es lógica habida cuenta a los títulos que ha ganado y del dorsal con que lo ha hecho, verle con el Balón de Oro puede causar daños irreparables en cientos de miles de córneas inocentes.
Volvamos a Robinho, ese filósofo. Pidió que sea para Iniesta (que marcó un gol en todo el año con su club), para Xavi (que estuvo un peldañito por debajo que en 2009) o para Messi, que cuajó una temporada sideral y ganó cuatro títulos pero se fue del Mundial sin marcar. Pedir seriedad a los corresponsales de France Football o a la FIFA, que en el pasado ya fue acusada de alterar votos, resulta absurdo. Pero para hacer el ridículo lo mínimo posible, una recomendación: que antes de votar se pregunten a qué jugador habrían querido tener en las filas de su equipo durante 2010.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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