«Era un cuerpo capaz de desarrollar una enorme fuerza, un cuerpo cruel».
El Gran Gatsby, F. Scott Fizgerald
Cuando esperaba a su primer vástago, Rooney frecuentó a una prostituta. Mientras engañaba a su mujer, a la que conoció en el instituto, Rooney daba propinas de 200 libras al mozo del hotel que le subía el tabaco. Cuando se casó, hubo una pelea multitudinaria entre su familia y la de su novia. Cuando se pone poético, Rooney insulta a las cámaras, a la afición rival y al mundo entero.
Rooney es el paradigma del genuino white trash que se produce en agunos suburbios británicos. Rooney se crió a las afueras de Liverpool, hijo de un padre en paro y de una camarera. Rooney imitaba a papá, profesor de boxeo; Rooney se rompió varias veces la nariz. Rooney es carne de pub. Rooney es carne de caravana. Rooney y su cuello de búfalo no quedaron lejos de protagonizar Trainspotting.
Ante la final de 2009, era el jugador que más preocupaba a Guardiola. Rooney chuta. Rooney asiste. Rooney muerde. Rooney no ha olvidado el baile de 2009, cuando hasta Puyol participó del rondo. A pesar de su formidable poder autodestructivo -y tal vez gracias a él- Rooney es un monumento al fútbol, el gran crack de las Islas Británicas. Pero sobre todo, Rooney es el último enemigo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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