Je la trouvais si belle que j’aurais voulu povoir revenir sur mes pas, pour lui crier en haussant les épaules: «Comme je vous trouve laide, grothèsque, comme vous me répugnez!»
Du côté de Chez Swann, Marcel Proust
Superada la sangrienta y sucia y reconfortante guerra contra La Banda, el fútbol vuelve a ser un lugar donde es posible reconocer los méritos del rival. Ahí está el viejo United, el equipo que sobrevivió a una tragedia aérea, el de Bobby Charlton, el que se refiere a su estadio como «El teatro de los sueños».
El mismo que, en su edad moderna, meció la leyenda de Éric Cantona y sus demencias aviares. El que ha resistido heroicamente al Tito Flo inglés, el que cuida la cantera y se mantiene desde hace un cuarto de siglo con un entrenador con aspecto de borracho de taberna. Por algo se ha convertido en la entidad más seguida del planeta, espoleada por 330 millones de personas.
Pero ante todo el United es un equipo que imparte lecciones de una cierta manera de entender el mundo con centrocampistas que saben qué es un balón y, sobre todo, con extremos. Esta raza en extinción de los paracaidistas de la cal ha encontrado en Old Trafford una reserva natural. Ahí están Nani, Valencia y la leyenda de Giggs. Tres en un solo equipo cuando hay campeonatos enteros sin ellos. Nada define mejor la ambición y el vértigo del rival del Barça en la final de la Champions.
Cómo nos gustaría odiarles, y qué difícil conseguirlo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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