En 1890, un estudiante llamado Charles Miller llego a São Paulo con dos balones de futbol y un reglamento de este deporte a un pais que jamas habia gritado gol. 120 anhos despues, Brasil es el gran dominador de esta pasion global.
Para entender como lo hicieron, nada mejor que darse una vuelta por Ipanema. Justo el dia que este cavernicola tenia la intencion de ver en directo un Botafogo-Corinthians, fue pisar esta playa y cambiar de planes: todo un pueblo jugando, todo el mundo con las embaixadinhas (toques), los partidos de futvolley, el futbol playa. Jugaban veteranos de 70 anhos y adolescentes entangadas de 15. Todos pendientes de la gravitacion hipnotica del balon. Reconcentrados o sonrientes, pero pendientes de la esfera flotante.
Estos apuntes futbolisticos de Brasil continuaran en los proximos dias. De momento, una conclusion: el espiritu ludico y las ganas de diversion mandan en la meca del futbol.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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