«Empiezan bebiendo grandes cantidades de caysúma y cashirí, bebidas fermentadas que elaboran con frutos diversos y mandioca; pero prefieren la cashaça siempre que puedan conseguirla. En un corto espacio de tiempo caen en un estado de saturación semiintoxicada, y empiezan a tomar el paricá. Para tal propósito se aparejan y cada uno, haciéndose con un junco que contiene cierta cantidad de rapé, sopla, después de ejecutar una mascarada grotesca e ininteligible, el polvillo con todas sus fuerzas en la nariz del compañero. El efecto que éste produce en los salvajes, por lo general grises y taciturnos, resulta asombroso; se vuelven tremendamente locuaces, cantan, gritan y dan saltos con una incontenible agitación. Pronto reemplaza a esta reacción otra distinta: un estupor del que no pueden salir si no beben más alcohol, de tal suerte que ambas operaciones se repiten de forma alternativa durante muchos días sin interrupción».
El naturalista por el Amazonas, Henry Walter Bates
No diga orgía, diga Camp Nou. No diga juerga, diga Barça. No diga exceso, diga Messi. La magnitud de lo que hace y anticipa este nuevo equipo de Guardiola no deja de asombrar al mundo del fútbol año tras año. Tres partidos en el Camp Nou, 18 goles a favor y ninguno en contra. Contra dos rivales que juegan competición europea y uno históricamente aguerrido. No hace tanto que por estos pastos trotaban Rochemback o Gerard López.
Los partidos de este equipo se han convertido en un derroche sensorial. Si en anteriores temporadas el Barça destrozaba a los rivales mediante una geometría exacta y un orden prusiano, a partir de triangulaciones, de generar superioridad, de llevarle la pelotita a la Bestia Parda sin perder la posición, el arma de destrucción masiva de este año abraza la teoría del caos. Aparecen jugadores por todos lados. Sex juega de lateral, de extremo, de pivote, de delantero centro. Thiago se descuelga por donde le da la gana con su talento y su desprecio del mundo. Hasta a Xavi se le ve más liberado; sólo Busquets mantiene el centro de gravedad como solía. Ya no es cosa de buscar el tres contra dos, ahora se trata de hacer situaciones de cinco contra dos. ¿Para qué montar un triangulito cuando se puede montar un heptágono y dejar a Perea y Suárez a las puertas del frenopático?
Ya ven. Creíamos que habíamos tocado techo, pero con Thiago, Sex y el caos ya sabemos que debemos prepararnos para una vida más plena y alucinada. También para los vacíos infinitos de los días sin fútbol. Vayan pensando cómo sobrellevarlos. Tal vez le acepten el consejo a sir Bates: parece duro al principio pero, antes de que se den cuanta, allí estará la Bestia Parda encarando a tres rivales.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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