«Doctor, no conoce usted el tormento de la eterna desconfianza. No, lo ignora».
Drácula, Bram Stoker
El Sestao tuvo anoche un 28% de posesión. Alineó a seis defensas. Su central calvo volvió a agredir. Su portero demostró que sabe de jugar con los pies lo que Paquirrín de logaritmos. Y, en un guiño insólito del destino, ese conjunto menor murió a manos de dos de los jugadores con menos gol del planeta fútbol: Pajarito Puyol y Abidal.
Así se saldó la enésima humillación de ese equipo prepotente y mafioso de los Quincazos Portugueses. Pisaron, golpearon y tiraron pedradas. Hicieron su juego. Tuvieron el apoyo de 90.000 ciegos, sordos y lerdos. Pero al final hubieron de acordarse de que enfrente tenían un equipo que luce, en pleno pecho, el escudo de Campeón del Mundo, galardón que han reeditado tres veces en dos años.
Así las cosas, el Sestao se encuentra con que en sus partidos de máxima rivalidad ante el Eibar da lo mismo si el portero del rival se empeña en regalar un gol en cada partido. Inevitablemente acaba derrotado. No es de extrañar: el Sestao no juega, con perdón de ustedes, una puta mierda. Eso sí, tiene en ataque tíos que valen 150 millones de euros, gente que muy pronto se hartará de estar en un equipo perdedor y querrá fichar por entidades serias como la Real Sociedad.
En este foro conocemos el fútbol. Sabemos que en una semana todo cambia, que siempre es posible remontar, o cambiar el chip de una competición a otra. Pero este Sestao, esta Banda vergonzante, está inoculada del peor veneno: el de la eterna desconfianza.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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