FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
El Camp Nou es el templo del fútbol en que se sigue hablando estupendamente bien de Ramallets 42 años después de que regalara una Copa de Europa y donde siempre se ha mirado con sospecha a uno que alzó tres. Murmullos, pitos mezquinos y crítica barata le acompañaron desde siempre. Y toda esa inquina ha sido decisiva para que el mejor portero de la historia del Barça decida dar un portazo. Sabe el balón que Víctor Valdés, el guardián que evitó tantos dramas, merecía más cariño.
Es cierto que el Estadi nunca fue un lugar agradecido para con los chulapones. Y hasta cierto punto la doble uve lo entendía y respondía con sacrificio. Verle entrenar durante la mayor parte de su carrera ha sido un auténtico espectáculo. No sólo por sus vuelos y reflejos; también por sus cabreos y la entrega en cada sesión. En un equipo de profesionales excepcionales, nadie se ejercitaba a su nivel.
Pero Valdés cambió. Ganó tanto, tantísimo, que dejó de sentirse un soldadito y pasó a mirar la portería como un objeto de su propiedad. Su padre deportivo, Juan Carlos Unzué, se alejó de él en cuanto lo percibió. Carles Busquets tampoco le soportó más de un año. Unzué volvió de nuevo a su lado, pero se largó con Guardiola. Y este verano, ni corto ni perezoso, Valdés exigió como entrenador a un nombre -curiosamente con pasado madridista-. Zubizarreta se negó en redondo, le instó a espabilar y le advirtió que para la 2013-2014 ficharía a un portero con el que verdaderamente tuviera que competir. Josep Ramon de la Fuente, procedente del Hércules, fue el elegido para entrenarle.
En esa bronca con Zubi se pusieron los cimientos de la decisión de Valdés de largarse. El modo como anunció que no renovará -justo después de que el secretario técnico afirmara que todo iba por buen camino- fue simple y llanamente una venganza, una humillación. Pierde Valdés, que ya jamás será querido como merecía. Pierde el Barça, que se queda sin el mejor portero que puede tener. Y gana la jauría que le ha estado increpando desde que debutó. Sólo callaron una noche. La del 17 de mayo de 2006, cuando Víctor hizo el mejor partido que se le recuerda a un portero del Barça para convertirse, por siempre jamás, en la Bestia Negra del Arsenal.
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