FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
En la primavera de 2008 la economía occidental cabalga hacia la inmolación. Quedan pocos meses para que Lehman Brothers haga catacroc. No obstante, en Barcelona la cosa pasa inadvertida: el equipo de Rijkaard, agonizante por lo demás, se estampa en las semifinales de la mejor competición mundial y Guardiola se confirma como próximo entrenador.
En la primavera de 2009 el Banco de España interviene la Caja Castilla-La Mancha y certifica así el regreso de España al medievo económico. Ajeno a esas pequeñeces, el barcelonismo se orgasma en Europa a la salud de un manchego y se venga en Roma del United para ganar su tercera Champions.
En la primavera de 2010, el paro patrio supera el 20%, Zapatero anuncia un tijeretazo del 1,5% en el gasto público y accede a reformar la ley laboral. El pueblo azulgrana, sin embargo, padece intensamente otros horrores: la tierra ha temblado y un volcán se alía con el famélico Inter de Mourinho para frustrar al Barça en su tercera semifinal consecutiva en la Copa de Europa.
En la primavera de 2011 prosigue la juerga económica: la prima de riesgo bate récords y se huelen las elecciones anticipadas. El barcelonismo prosigue entregado a sus éxitos continentales con un triunfo en semifinales ante la Banda más canalla que vieron los tiempos. Poco después, suma otro título al aplastar con suficiencia al United.
En la primavera de 2012 España pide el rescate bancario a Europa y sigue batiendo récords con el cierre de empresas y la prima de riesgo. La culerada, ajena a todo, sólo tiene aliento para maldecir la descomunal potra del Chelsea y un larguero de la Bestia Parda con que se escapa la final europea.
En la primavera de 2013 España descubre que el escenario de cartón piedra erigido cuando la Constitución era una farsa inmensa donde no hay institución que se haya abstenido de robar. La oligarquía político-financiera contiene la respiración, preguntándose si el barcelonismo sería capaz de sobrellevar el drama si su equipo no alcanza las semifinales europeas por primera vez en seis años.
Horas antes del decisivo partido de cuartos ante el PSG, el stablishment y el pueblo rezan al unísono. Unos rezan porque saben del poder del opio, los otros, porque ignoran cómo soportarían el mundo sin el Barça en lo más alto. Rezan para ver a Messi en el campo y a su equipo entre los cuatro mejores, como ha ocurrido siempre desde que la irrealidad de un eterno idilio europeo abrazó la irrealidad de la crisis infinita.
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