Champions

La línea roja

22 febrero , 2015

En algún momento hay que coger tiza roja y marcar el terreno y dejar claro que aquí está la civilización (la de las cuevas, los mamuts y los buenos brebajes fermentados, con sus sonoros eructos y explosiones de risa) y más allá de la línea queda la barbarie y todo cuanto amenaza a nuestro mundo. Por eso no nos oirán aquí una mala palabra del Málaga: equipo humilde, disciplinado, que ha logrado sin pegar montar una jaula de 180 minutos a este Barça, que gateaba en la primera vuelta y que llegaba como un Euromed este sábado. El Málaga es un histórico, tiene a su afición, sus altibajos, su dramático robo en Dortmund y un buen puñado de tíos a los que jamás querríamos ver en nuestro equipo; pero también de ellos es el fútbol.

Los amantes de este deporte entendemos que en este juego a veces se pierde. Lo entendemos incluso en el Barça después de Guardiola, ese tío que ganaba títulos con el mismo porcentaje con que otros anotan tiros libres. Y entendemos que hay mil formas de jugar a esto sin que por ello debamos pedir la supresión de club ninguno. La gente de fútbol, como el bueno de Paul Scholes, tiene la grandeza de miras de reconocer los méritos del rival y hablar de ello con naturalidad. Si no lo hicieron, lean su homenaje a Messi, antológico en alguien que se ha criado en uno de los dos clubes del mundo que viven entregados a la adoración de Cristiano. «I am not ashamed to admit that in the games against Barcelona I spent a lot of the time just hoping he would take up positions as far away from me as possible». Scholes está en nuestro lado del mundo porque habla como un difunto vikingo en el Valhalla al encontrar a su viejo enemigo.

Pero amigos, ocurre que el United no es el único club de Manchester. Está aquel otro, histórico también, con la épica añadida de ser el pequeño de la ciudad, el vecino pobre del club más seguido del mundo y todo eso. Al City le respetábamos cuando inauguraba su nuevo estadio, en verano de 2003, e invitaba al Barça a inaugurarlo. Qué tiempos, amigos: Anelka, ya decadente, era la estrella de los ingleses, y marcó tras un clamoroso fallo de Reiziger. Empató Saviola (sí, amigos, pueden ruborizarse y dedicarse a la autocompasión) y luego hizo el 2-1 definitivo un tal Sinclair. Ya ven, éramos malos como el demonio, pero aquello era fútbol.

El City empezó su travesía hacia el Mal en 2007. El ex primer ministro de Tailanda, un tal Shinawatra, compró el club por 121 millones, y su primer movimiento ya daba la magnitud de los conocimientos balompédicos del dudoso empresario y expolítico: fichó a Sven-Göran Eriksson. Un año después, como aquella mierda sólo podía ir a peor, el club fue adquirido por un grupo inversor de los Emiratos Árabes llamado Abu Dhabi United Group for Development and Investment. ¿Su primer movimiento? Fichar a Robinho, la Virgen santa. Antes del desembarco de los magnates, el City tenía en el equipo a 14 ingleses y a gente exótica como el griego Samaras, el americano Beasley o un chino llamado Jihai. Hoy tiene a cuatro ingleses -dos de los cuales porteros- y una plantilla plagada de estrellas mundiales por la que ha pagado 428 millones, con gente como Kompany, Mangala, Zabaleta, Touré, Silva o Agüero, por mentar a algunos de los que podrían ser titulares en el Barça.

No negamos aquí el derecho de los clubes a mejorar, a crecer, pero lo del City es otra cosa. No es que atente contra el fair-play financiero, es que se ríe y se caga en cualquier lógica del progreso deportivo. El City no es un velocista dopado, es uno que sale a la pista montado en su Ferrari.Tal exhibición nos recuerda que la plaga de magnates que irrumpen en este deporte para ensayar esa mezcla tan suya de PC Fútbol y Monopoly es una epidemia tan cierta como el imperio de Mendes, las mafias de arreglo de partidos o la factoría de trolas de Florentino.

Y justo cuando se juega la temporada este equipo joven y entusiasta que es el Barça, preñado de defectos y de estrellas, con un Neymar que no llega a los 70 kilos de peso y un Suárez que se empeña en recordarnos a Alexis es cuando decimos que estamos preparados para perder, pero no contra esto. El City no sólo traiciona su historia, el City amenaza a este deporte. Esta corporación que quiere evitar que Messi vuelva a una final de Champions -que quiere impedir que el fútbol vuelva al fútbol- no sirve al balón, ni a su gente. Sirve a un mundo de clembuterol y petróleo que vive del otro lado de la línea roja. 

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