FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Se va Xavi y la inmensa desolación del barcelonismo sólo es comparable a la que pronto vivirá el propio Xavi. Durante meses imaginamos este momento triste. Le vimos primero en una esquina de Manhattan, horrorizado ante el caos imperante y el nulo sentido del ritmo, atónito y frustrado, viendo cómo ningún taxi amarillo atendía a su batuta omnipotente. Le supusimos también en la soledad de su cocina, rodeado de ollas y fogones, constatando que sus órdenes nada valían allí: ni la sartén, ni el cazo, ni el cuchillo, ni el salero le miraban con esa expresión maravillada de ‘haz que pase algo’. Su soledad cristalizará finalmente en Qatar: la fealdad de aquel planeta será un extraño castigo para alguien que hizo del fútbol una experiencia estética y racional.
El 6 formaba parte de nuestro paisaje sentimental y fue protagonista en nuestras mejores noches: fue el arquitecto del 2-6, el día en que se fue a la ducha con cuatro asistencias en su haber y asistió en dos finales de Champions y levantó 23 títulos. ¿Quién cojones fue Xavi? Un día habrá que responder a esa pregunta. Diremos: Xavi llenaba el campo. Tocaba, se ofrecía, abría, se iba, la dejaba en corto, volvía. Hora y media de romance con el balón, dos veces por semana. Su comportamiento era de una hiperactividad calculada: tocar, mirar a un lado, recibir, mirar al otro lado, tocar, carrerita y recibir, tocar de nuevo. De muchos hemos dicho que eran el corazón del Barça pero amigos, jamás vimos futbolista más cardíaco, tu-tum, que este 6 que dice adiós.
Sería bueno recordar que Xavi tenía una técnica nunca vista porque no había nadie como él en los rondos. En mi tierna infancia me vi un día en una prueba de los cadetes del Barça; un rondo politraumático que me enseñó lo que era la calidad. No estuvo él: era el bueno y ya estaba con los mayores. Una década después, como periodista, le vi en el rondo del primer equipo y señores, ahí era el rey. Un toque, imposible para el defensa, la locura de saber que no fallaría, él no. Esos rondos le definen mejor que sus controles superdotados y que la cargolada, ese movimiento mágico que bien podría llamarse xavinha y que una cabeza inspirada definió como troballa giratòria. Saben de qué hablo, claro, pero mejor lo saben Gago y Lass, presentes en el 2-6, el día en que el madridismo supo que estaban a años luz porque su cantera no hacía Xavis, sino Negredos y Arbeloas, el día en que La Banda supo que los 70, cagoendiós, habían acabado.
Conocí a Xavi. Sonreía. Era un tío sin problemas, feliz. Más culé que yo, me dijeron. Y desde aquel recuerdo y desde su monumental carrera uno siente la triste amargura de que a Xavi le maltratamos. Una pequeña parte de culpa se la podemos echar a él: se dejó llamar Pelopo y Máquina por gente como Gabri. Jamás cuidó a los periodistas y, para más inri, su expresión de batracio poco hizo por seducir a las adolescentes de la ciudad. Ahora, en este momento dramático en que le sobrevuela la orfandad de los exfutbolistas, en estos días en que sabemos que en Qatar sólo encontrará una metadona de la peor calidad, justo ahora debemos ser autocríticos: no habrá otro como él y nunca le dimos la consideración de superfuera de serie que se ganó en el campo y en el museu. Porque sólo cada varios lustros aparece un futbolista que lleva la antorcha, la antorcha del fútbol azulgrana, y ése fue él. Comparado con el Guardiola jugador, salió ganador de la batalla: él, su juego, explica el salto del cruyffismo -dogmático, frágil y preciosista- al guardiolismo -intenso, dinámico, voraz e imbatible-.
Fue un futbolista reconcentrado, ausente y frío, virtudes que comparte con el mismísimo Messi. Qué bonito es recordar que cada vez que le dio una asistencia clave a La Bestia en un partido grande se acercó en la celebración para hacer lo que todos nosotros habríamos hecho: alzarlo en brazos. Si son el Guardiola jugador creímos que nadie interpretaría el Barça como él, con Xavi la certeza es aún mayor. Nadie como él y estamos jodidos. Hay una imagen que dice mucho de quién fue Xavi: es la imagen de Gudjohnsen, un tío que habría sido perfectamente prescindible de todos los álbumes si no fuera porque hubo un dia en que subió a caballito a Xavi. Miren la cara de Busquets, del gran Busquets, y entenderán quién fue Xavi.
Para los de mi generación es especialmente duro este momento. Del 80 fueron Ronaldinho y Xavi; el primero se retiró en su día, el segundo nos recuerda ahora que el mundo se acaba. Su magisterio, sin embargo, alcanza a otras generaciones. No cuesta demasiado imaginar que Xavi es uno de los únicos cinco integrantes de un chat de Whatsapp llamado Fucking Legends donde también están Totti, Gerrard, Lampard y Pirlo. Todos ellos saben perfectament quién es el bueno: el feo, el moreno, el que esprintaba como una abuela centenaria, pero también el que ganó tres Champions y lo ganó todo siendo el jefe del equipo. La ceremonia de su adiós, coincidiendo con una Liga y con otros dos títulos en el aire, debería dejar una lección a las generaciones futuras: cuidado con a quién le regalamos una despedida como la que él tuvo. Se la mereció entera, toda, con esa vuelta al Camp Nou en solitario con miles de culés de 10.000 noches con los ojos empañados.
La amargura de la despedida nos deja un último pensamiento: la duda de qué hará con los años que le quedan el mejor destilado azulgrana que dieron las recetas de Laureano Ruiz, Michels, Cruyff y Guardiola. Sería bueno haciendo puzzles, dirigiendo el tráfico, ordenando almacenes y montando lipdubs multitudinarias. Eso o, quién sabe, quizá volviendo un día como entrenador para explicarnos cuál es el siguiente paso.
Eso es Xavi: un misterio insondable al que no se puede comparar con otros mitos, porque quedan todos palidecen y naufragan. El día que el salvaje Messi se despida del balón, será el fútbol el que diga adiós. Pero Xavi no era el fútbol. No: Xavi era algo mucho mejor. Xavi era el Barça.
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