FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Introito: Ya es lástima que cada vez que hablamos del nuñismo acabemos poniéndonos desagradables. Así pues, vamos allá.
Había una vez una fiesta en un piso de Barcelona. Cuentan que varias princesas asistían con asombro al espectáculo insólito de tener en el comedor de esa casa a un guapo, joven y millonario centrocampista del Barça. Cuentan que el tonteo iba a más y a mejor y que la cosa prometía, hasta que una de ellas tuvo a bien entrar en el lavabo justo después de que el futbolista lo abandonara. Al asomarse a la taza, ahí estaba la cosa: un descomunal artefacto intestinal que el risueño deportista había dejado en el lugar a modo de autógrafo, sin pensar en una tecnología llamada cadena. Algo se rompió con el hallazgo, y la fiesta, cuentan, no acabó como debería; colorín, colorado.
Hemos recordado este episodio a cuenta de los apoyos que anda recabando Bartomeu para su operación de blanqueo perineal. El hombre de la foto con Los Boixos tenía ya un selecto club de fans del que en su día hicimos mención: la némesis pura de un desfile de Victoria’s Secret. Pero oiga, es que Bartu levanta pasiones y en los últimos días ha recibido nuevos e importantes apoyos de otros tres pilares de la Catalunya toda. Efectivamente, se le han abrazado el peluquero nuñista, la mujer del convicto y la monja que tan exitoso rol desempeñó en las últimas elecciones. Entre ellos y las encuestas, que le dan cómodo vencedor, era lógico que se disparara la euforia. Y con la euforia, se aflojan los esfínteres, y la cosa no conviene cuando de blanqueos se trata.
Y ahí aparece, tachán, tachán, el hombre: Gerard López, amigos. De entrenador. Para el filial. No es broma. La apuesta es filosóficamente destacable: Gerard concita, además de su cleptómano paso por el Barça y de su inquebrantable compromiso con la ociosidad, la virtud de ser el tío que de una tacada insultó a Cruyff y a Guardiola. Como saben, al primero le mancilló el 14; el segundo tuvo que tragar con ver a un jovencito vividor aparecer por la puerta con un sueldo superior al suyo.
Pero Gerard es mucho más que eso. Gerard es el eslabón que conecta a este nuevo nuñismo de barrios de Ferrocarrils de la Generalitat y cuenta de correo acabada en deloitte.es con una cierta Catalunya que gusta de comer melindros, moquear con la nostra, agarrar muy fuerte el bolso cuando se cruza con un inmigrante y recontar el cambio con el ceño fruncido en el colmado de toda la vida. Hay que reconocerle al nuñismo 3.0 que se ha ganado a ese temible ejército de pequeñoburgueses catalanes, de pageses con huertecito y taxistas que tienen en su licencia su bien más querido y que no dudarían en quemar coches de Uber saludando a las cámaras.
El nuñismo, digámoslo, ha estado magistral a la hora de explotar ciertos miedos y ciertos rencores. La cosa tiene su miga, no crean, porque curiosamente, es el establishment, que jamás hizo cola para nada, tiene cautivo a ese voto del «mi cola del súper va más lenta que la otra porque el mundo me tiene manía». Es el establishment el que se ha hecho con los que encarnan la negación de un mundo de talento, alegría y éxitos, de los que nunca celebrarían nada tirándose una botella por la cabeza, y la cosa sorprende: Díganme: ¿Por qué extraño fenómeno se siente más cercano a Javier Bordas que a Roger Esteller un señor que veranea en Torredembarra? ¿Por qué el peñista jubilado que pasa sus días en el bar conecta con Núñez? Las respuestas son insondables y profundas, pero parece que al final todo se explica por ese odio cerril a Cruyff, que es el odio al genio, el rencor puro de haber sido invariablemente el último en ser elegido a la hora del fútbol en el recreo, de no haber acertado a hacer una simple croqueta a lo largo de su triste y torpe década de escolarización.
¡Ah, Gerard! El asunto nos asombra. Los otros tienen el apoyo de Corbella, de Cruyff, de Xavi, de Puyol… Pero no, amigos, al soci lo que le mola es Gerard, y la Caram, y el peluquero, y la mujer del delincuente. Las elecciones, en efecto, son un momento penoso que nos recuerda quiénes somos y las miserias de nuestro mundo. Las elecciones nos recuerdan que un peto sudado seguirá siendo una cosa desagradable para los que nunca amaron el balón y para los que no eran de tirar la cadena.
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