FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
A la espera de que el periodismo haga su trabajo y nos cuente, de una vez, qué cojones ha pasado para convertir la estampida en estampada, hay sobre la mesa una hipótesis: se le llama «un tema mental».
Puede que a ustedes pueda parecerles una estupidez y que les parezcan más graves los bulos que han circulado sobre el supuesto enfado entre La Bestia y La Cresta, o un problema cardíaco del primero. Olviden los bulos: nada hay peor que «un tema mental». Cuando corres, juegas y entrenas en la consciencia de ser el mejor y de pronto te encuentras con cuatro derrotas en cinco partidos, cuando te rompen el candil de un martillazo, aparecen las dudas. Y sabe Dios que la duda es el enemigo más grande de la vida y de todo lo bueno que hay en este mundo.
El Barça sigue siendo, hasta que haya nuevo campeón de Europa, el mejor equipo del planeta. Sus jugadores, ya los conocen. Pero ocurre que están en un estado de alienación y pánico en que todo lo que puede salir mal, sale mal. Es lo contrario al trance futbolero en que remontas, arrollas, ganas jugando bien, jugando mal. Ahora las tostadas de esos jugadores caen ahora boca abajo y encima del simpático esputo de Alves. Se les cae el móvil, adiós pantalla. Miran el Whatsapp en el coche, y ahí está el puto helicóptero retratándoles.
El error es hablar de suerte. No es suerte, es algo mucho más poderoso. Es el adiós a la fe, la secreta consciencia de que, incomprensiblemente, van a palmar.
Lo grandioso de este deporte es que siempre nos da sorpresas, pero hay un caso reciente parecido a éste. Temporada 2006-2007, el Tamudazo. El Barça perdió una Liga que tenía ganada con siete puntos sobre La Banda. El equipo, en plena caída de brazos y apogeo del clan de la caipirinha, se dejó ir viéndose campeón. Tal era el caos que Eto’o, yendo al Camp Nou a entrenar un día en su coche, atisbó el automóvil de Laporta en sentido contrario y le cerró, en una maniobra que envidiarían los secuestradores del cártel de Sinaloa, para arrinconar al presidente, bajarse, hacerle bajar la ventana y decirle:
-Si quieres ganar la Liga, echa a Rijkaard. Porque con él no la ganamos.
De aquel naufragio han quedado dos partidos como paradigmas. El trauma de Tamudo (qué poético que la MiniBandita vuelva al Camp Nou este año en la penúltima jornada), en que el Barça empató 2-2 un partido en que falló innumerables ocasiones ante Kameni, y una visita del Betis que se saldó con otro empate en el 90, en este caso obra de Sobis. Lo que llegó a fallar la delantera del equipo en esos dos partidos es irreal. Absolutamente increíble. Un poco lo de esta noche negra. La principal arma futbolística, es sabido, es la fe, y el principal lastre, la falta de ella. En ese punto estamos.
No obstante, no es este vestuario el de la 2006-07, en que las aficiones y gustos de Deco y Motta escandalizaban hasta a los porteros de las discotecas, en que Gudjohnsen popularizaba el beber vino a morro. En este vestuario es posible ver a Iniesta llorando en el autocar, es fácil imaginar a otros muchos haciendo lo mismo en la intimidad del vestuario. Éste sigue siendo un equipo ejemplar, tremendo, lleno de profesionales descomunales. El problema es que ahora mismo no creen. Han abierto esa puta caja de Pandora que es el hacerse una pregunta.
-¿Te imaginas que la cagamos? Que no la vamos a cagar, pero joder, ¿y si la cagamos?
El reto de cambiar el chip se antoja enorme. Sísifo, un mierda. Ícaro, otro. Ganar, cuando la fe y el balón juegan tan en contra, es una proeza sólo apta para ídolos. Estamos en tal estado de asombro que no les vamos a recomendar ya qué hacer y qué pensar. Pero si se preguntan qué pensamos, nosotros, en nuestra locura, pensamos esto: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano, Alba; Rakitic, Busquets, Iniesta; Messi, Suárez y Neymar.
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