FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Sabemos algunas cosas. Por ejemplo, que para ganar hay que ser mejores. Por ejemplo, que es imposible jugar bien sin centro del campo y que lo único que separa un manicomio caníbal de un partido de fútbol es una medular que la toque. Por todo ello, un año más, hay que agradecer a Busi, Rakitic e Iniesta que hayan portado el estandarte y que hayan defendido el fútbol civilizado por esos campos de dios. Ganando, por cierto.
El asunto tiene un mérito añadido porque la lesión de Rafinha, la recolocación de Sergi Roberto como lateral y la dimisión de Arda han hecho que nuestros tres medios titulares se coman, prácticamente en solitario, una temporada durísima. El asunto debería hacer pensar en los despachos porque no es de recibo que tengamos más laterales diestros que centrocampistas dignos de tal nombre. Tampoco es normal tener 11 defensas cuando en el centro del campo hay sólo tres pájaros que aguantan al equipo. Pero no dramaticemos. Busquets, Rakitic, Iniesta. Son tres, y dan para mirar a cualquier rival y dedicarle esta bonita frase.
Busquets. 9,5. Placa-placa. En su sabiduría, Busquets ha decidido seguir plantado en los 13 goles como profesional, acabando la temporada con las mismas dianas que Bravo, Douglas y Mascherano. Nos parece estupendo habida cuenta de que su ascendencia y rendimiento no hacen sino crecer. Capitán consolidado y jefe del centro del campo, ha conseguido con éxito empequeñecer las vastas zonas que él cubre con su trote de jamelgo viejo. Retirado Xavi, seguramente no hay nadie en el mundo que sepa tanto del juego de posición que Cruyff y Guardiola legaron al club. Busquets cierra uno de sus mejores años defensivos, sin errores en los grandes días, y se convierte en el centrocampista del equipo con más asistencias (seis). Y aún más importante: a su genio futbolístico añade un espíritu ganador que hace que uno se sienta favorito hasta en los sorteos de Blatter.
Pero resulta imposible hablar de Busi sin mentar esa forma tan elegante y despiadada de humillar a los rivales, con una contundencia digna de La Bestia desatada. Sus maldades se han sucedido día tras día tras día, pero si tuviéramos que elegir tres, serían este placa-placa, este cachetito turco y este esbafen.
Rakitic. 8. Humilde. Si a un equipo tremendo se le pone un balcánico competitivo y un uruguayo loco, lo más probable es que los éxitos se alarguen. Rakitic no ha tenido un año brillante: de los ocho goles y diez asistencias del pasado año hemos pasado a nueve y cinco. No hizo grandes cosas en las noches más importantes, pero aquí estamos para reivindicar su kilometraje y sus litros de sudor. Estamos seguramente ante el jugador más humilde de la plantilla, el que ennegrece más su labor por el bien del equipo respecto a la brillantez solar de sus tiempos del Sevilla. «Aprendo del estilo y hago metros, metros y metros. Y los hago porque luego ellos te lo devuelven», decía este año respecto a su labor al servicio del tridente ofensivo. Unas palabras propias de cualquier Gabri de la vida, no de un tío con su talento.
Rakitic, dos Ligas en dos años, bien podría recordar esta temporada por sus goles infames. Ojo ahí, respeten: los tíos que meten goles feos son tíos a los que hay que temer, porque portan potentes amuletos ganadores. En esta su segunda temporada, se ha especializado en un churro infame que granjeó tres golitos a Rayo, Villarreal y Betis. Tres truños muy truños pero dos de ellos decisivos para la consecución del título. Vean las repeticiones y verán que en los tres casos los porteros comprendieron tarde el peligro que tiene en el área un croata sabedor de que tiene que vivir de migajas para luego gozar de regalos como éste.
Rafinha. 6. Cazado. El Alcántara que nos queda logró al fin jugar bien sin joder completamente el juego del equipo (Supercopa ante el Sevilla, Roma en Champions). Lo logró hasta que un democristiano belga de sangre indonesia y look de ning anfetamínico y expresidiario le cazó en el Estadio Olímpico y puso fin a su temporada. Esperemos que recupere su nivel y esperemos que no haya heredado el mismo gen de cristal de su hermano, que es, recordemos, el serio y responsable de la saga. Esperemos también que el fútbol nos dé muchas más ocasiones de darle las buenas noches al imbécil de Nainggolan. A nuestra manera.
Iniesta. 9. Puro. Un gol y cuatro asistencias, por el amor de Cristo Rey, y que nos haya dejado sin habla. Es Iniesta, el fútbol etéreo, sonetos sobre los tacos, y a estas alturas hemos comprendido la estupidez y la injusticia que supone medir su juego de forma algebraica. Iniesta ha dado un paso atrás para aguantar al equipo, ha mantenido el sello exótico que tiene el fútbol de La Masia para los pueblos no alfabetizados y ha culminado el año con el partidazo de la final del Calderón, donde se creció y se creció hasta dar, a sus 32 añitos, la que tal vez sea su mejor versión.
¿Qué más se le puede pedir al Ángel Exterminador? Que diga cosas tan bonitas como ésta en esta entrevista con El Periódico: «Cada uno tiene su potencial, pero, al final, el que domina el balón es el que manda». O que deje esta otra joya en La Vanguardia: «No sé si decir que soy más completo, pero sí más puro». Dios santo, más puro: qué hermosamente adjetivado. Puestos a pedir, sí le haríamos una petición: que fuera capaz de hacer su único gol en diez meses con un kameame en el Cuernabéu en la cara de Ramos y Marcelo en una tarde de 0-4. Y él, en su pureza, cumpliría.
Arda. 2. Turco. Turco era el nombre del perro del añorado señor Mateo, una institución en Altafulla. La verdad es que Turco daba miedo y los niños nos decíamos que era un doberman. Era grandote e imponente pero lo cierto es que pasó su apacible vida tirado bajo la sombra y sumido en un plácido embrutecimiento. Con el tiempo supimos que no era un doberman, sino un mil-leches.
[¿HEMOS PILLADO LA METÁFORA? ¿ESTAMOS JUNTOS HASTA AQUÍ?]
Lo cierto es que el asunto nos preocupa, y eso que las aficiones nocturnas de Arda nos traen sin cuidado. Que repita a cada entrevista que Iniesta en su ídolo tampoco debería ser intrínsecamente malo. Pero su dejadez y su falta de orgullo resultan un insulto en un tío que costó 40 millones y llegó con estas buenas intenciones. Visto en perspectiva, Arda no vino a ganar la Champions, sino que vino a que la Champions fuera ganada. En este agujero sabemos que el banquillo es un lugar duro y que el Barça puede ser una cura de humildad demasiado grande. Pero de este hombre, dos golitos y tres asistencias en media temporada, exigimos rebeldía y amor propio, que recuerde que es portador de un néctar único como para dar de caño su primera asistencia. Pedimos, al menos, que no nos evoque con tanta precisión al viejo Turco, tirado a la sombra, oliendo sospechosamente y sacudiéndose las moscas sin demasiadas ganas.
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