Los nuestros

Veinteañeros (V): En el nombre del padre

8 septiembre , 2016

Ya han visto ustedes que el drama del cuarto delantero se ha saldado con la contratación de un humilde ratoncito de área a cambio de 30 millones de euros. En esta ocasión, el acuerdo no incluye la sonrojante cláusula del Balón de Oro, pero poco importa: el pastizal es desproporcionado. A Paco Alcácer, sin embargo, no le juzgaremos por ello: el fútbol de hoy está plagado de clubes que sólo sueñan con que llame a su puerta un Barça al que atracar a gusto para secar deudas o embolsarse comisiones; un club controlado por el entorno de Mendes no iba a ser la excepción.

Además, permitan ustedes: nuestra vida ya es lo bastante mísera y está demasiado plagada de demasiadas negociaciones para rebajar el alquiler, alargar el pago de la hipoteca hasta 2090 o, peor aún, cambiar Movistar por Jazztel. No en el fútbol, por las barbas del Profeta. El fútbol no debería ser lugar para que sacáramos la llibreteta de fer els números ni esa hoja de Excel que nos recuerda lo insistenible de nuestra existencia. De hecho, son invariablemente los nuñistas de más troglodítica formación y ortodoxia ideológica los que acuden con mayor satisfacción a los numeritos para justificar movidas como esa venta de Messi que estuvieron promoviendo durante años.

Nos queda aún un último argumento par no crucificar a Alcácer por su precio. Imaginen ustedes unas semis de Champions en que un golito de este internacional nos da el partido in extremis. Imaginen que eso ocurre en una final: los 30 kilos, una broma nos parecerían.

Pero dejemos la cosa sórdida y viajemos al planeta de las pasiones que configuran el tejido del fútbol. Alcácer es uno de los delanteros del planeta que arrastra a su pesar una historia más trágica con el gol. Tras marcar por primera vez con el primer equipo del Valencia (trofeo Naranja, partido resuelto, pase de la muerte de un tal Mathieu, definición sencilla, gol) su padre fallecía de un infarto a la salida del estadio.

Es incierto cómo esa desgracia puede haberle hecho mejor futbolista. Pero uno intuye que habrá en él un plus de profesionalidad y de entrega, una comprensión de que el fútbol es un asunto serio. Cuando uno llega a la élite por el sencillo y mundialmente conocido procedimiento de personarse en el primer palo una décima de segundo antes que el central, es bueno que se tome la vida con espíritu de jornalero. Además, en el universo de magias, supersticiones, meigas, talismanes y maldiciones que concita el balón, tan decisivas para ganar como el talento de los jugadores, a uno siempre le conviene tener de su parte al excapitán y ex nueve titular del muy ruinoso Valencia.

Alcácer nos evoca, por cierto, una cierta España negra, de crimen y barbarie que conviene tener presente cuando uno le ve rematar de primeras, encarar al portero o adivinar de forma sobrenatural la dirección que seguirá la pelota tras estrellarse en un poste. Y a esa España sin glamour y con sabor a posguerra y desnutrición, futbolistas como Villa o Pedro nos han enseñado a respetarla y a tenerla en casa.

¿Qué hemos fichado en Alcácer, al fin? A un tío que luciendo senyera y vigilado por Pepe ha profanado el Bernabéu. A un delantero de buenos movimientos y pocos efectos especiales con una concepción pragmática del gol. A un tío muy superior a Munir pero igualmente alejado de las bestias que le confinarán en el banquillo. Y una cosa más: a un goleador que olfatea el área pequeña en el nombre del padre.

 

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