FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Dejen que el bueno de Paulo les coja la mano. La da blanda, le suda, pero nada será más desagradable que su aliento, mezcla de café con leche, poco flúor y boca seca. Escuchen, Paulo tiene cosas que decirles, están jodidos si piensan que no sabe de fútbol.
Paulo tiene palabras de consuelo. Las habla lento y florido, uno preferiría ser operado en el escroto antes que escuchar la parrafada íntegra; en resumen les cuenta que
Pero nada de todo ello consuela al buen culer, aferrado al diván para llorar el mal juego. Entonces es cuando Paulo se pone más intenso. Y les habla del luto, del luto que no hicimos. En la 2014-15 el Barça se acostumbró a situar a Xavi en la zona del campo que más se adaptaba a sus condiciones, que era el banquillo. Desde esa posición contempló la brutal estampida que convirtió a un equipo dubitativo en un huracán para levantar otro triplete histórico. Después, se fue.
Se marchó el mejor centrocampista que hemos visto, tal vez el mejor de siempre, por supuesto el mejor futbolista de la historia de las Hispanias. Con él en el campo, las explanadas terribles del fútbol grande parecían el pasillo de casa, el balón resonaba tac, tac, tac como en un pimpom, el Barça creció hasta convertirse en inalcanzable para todos los demás independientemente de lo que gastaran o pegaran. No se explica al mejor Barça de la historia, tal vez el mejor equipo ever, sin Xavi. Y cuando se piró, le enterramos y seguimos de juerga.
Eso nos cuenta el amigo Coelho, cuello alto y mirada intensa, una lágrima forzada asomando. Rakitic estaba en plena forma, Busquets también, Iniesta no se lesionaba y parecía factible llenar la inmensidad del centro del campo con sólo tres tíos. Y en el primer año sin Xavi, cayó otra Liga, cayó otra Copa y el equipo siguió a un nivel excepcional. No hubo réquiem, sí maracas y bubuzelas.
Y Paulo nos mira a los ojos y nos pide que afrontemos ya el luto, que comencemos a asumir que sin el mejor centrocampista en color ya no es una obviedad tener siempre superioridad en la medular. Que aceptemos que ya no es tan fácil marcar el ritmo, mandar los 90 minutos, esconder el balón, imponer la jerarquía. Que entendamos que se ha ido al Qatar de los cojones y que lloremos y maldigamos en la tormenta y amenacemos con arrojarnos al vacío desde un barranco.
Xavi se fue, y no habría que convertir el dolor de su adiós en improperios a nuestro sociópata técnico y a sus hombres. Si a alguien le interesa, en 25 partidos contra La Banda el Cruyff entrenador ganó nueve, empató seis, perdió 10. Rijkaard ganó tres, empató dos y perdió cinco. Luis Enrique sale algo mejor parado. Ha ganado dos, ha empatado uno, ha perdido otros dos. Sólo hay uno que revienta la tabla: un tal Guardiola, lógicamente odiado del nuñismo, que osó ganar nueve, empatar cuatro y palmar sólo dos. Eran otros tiempos, claro. Eran los tiempos de Xavi. Tal vez sea el momento de hacer ese luto, llorarle, echarle de menos, apretar la mandíbula, seguir adelante y dar gracias por lo que tenemos.
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