Mordor

La eterna adolescencia

31 mayo , 2017

Había un momento mágico en las juntas de compromisarios del rosellismo: los directivos entraban mientras sonaba el himno del Barça; a continuación, Sandro, con mirada grave, pedía un minuto de silencio en memoria de los socios fallecidos durante el año. Y justo entonces, invariablemente, llegaba la perla: felicitaba a la afición y socios por el civismo y educación demostrados durante el año. El Imserso en pleno ya no podía más y se desataba una babeante y ensordecedora ovación.

El asunto es fascinante. ¿Quién cojones era Sandro Rosell para felicitar a nadie por su civismo y educación? ¿En calidad de qué felicitaba? ¿De pedagogo, de senyo de P-4, de experto en protocolo y buenas maneras? Difícilmente. Entendemos que en su condición de ungido de la Barcelona bona, de comisionista profesional, de hombre de mundo, de futuro presunto delincuente y preso preventivo de Soto del Real. Más intrigante todavía: ¿por qué felicitaba Sandro a la turba por su civismo? ¿Qué es lo que esperaba del soci: cócteles molotov, avalanchas, cargas multitudinarias contra la Brimo, duelos a puñal en los pasillos del estadio? En efecto, esta cuestión es interesante más por lo que nos dice de nosotros, el pueblo llano, que por lo que explica de Rosell, el ídolo caído, el hombre que dijo que dimitía por unos misteriosos disparos con escopeta de balines a la puerta de su casa.

Piénsenlo: ¿qué esperaba Sandro del geriátrico que es la masa social culé? Esperaba barbarie, estupidez, violencia y caos.

Y sepan una cosa. Tenía toda la razón.

Sí, amigos, la cuestión nos lleva de cabeza al gran drama, a la gran pregunta que todo lo contamina y todo lo vicia en este club bipolar: ¿Por qué somos nuñistas? Todos encontramos obvio que si hubiera elecciones mañana y se presentara Laporta -que cogió un club en la mierda y dejó el guardiolismo- para jugarse la presidencia con Cardoner, nieto de su abuelo, ganaría sin pestañear de nuevo la serpiente de mil cabezas del nuñismo. Pero por qué.

Porque somos nuñistas. A saber, porque anida en nosotros un espíritu vasallo que arraigó fuertemente durante la Edad Media y que no hay manera de quitarnos de encima. Somos un pueblo que vive para aplaudir a sus señoritos, a los poderosos del lugar, para arrancarles un saludo o un guiño y contarlo en la paella del domingo al cuñado. No haría ni falta que haya gente que se dedique a establecer quiénes son los buenos y quiénes los malos con criterios que, por lo que a nosotros los nuñistas respecta, son perfectamente correctos.

«Votar sí a la moción es votar no a Cruyff», dijo Bartomeu, angelito, en 2008. El hombre disparaba así contra el mayor símbolo de la historia del Barça, seguramente contra el mayor genio que ha dado la historia de este deporte, y se quedaba tan ancho, para obtener, tiempo después, un clamoroso triunfo electoral, ya fuera como segundo de la candidatura o como presidenciable.

En nuestra cabeza nuñista las cosas son simples: si viste como un elegido y vive donde los elegidos y se relaciona con los elegidos y va a la escuela de negocios de los elegidos, chupito de Jagermeister y a votar.

Porque, de nuevo, somos un pueblo que en plena campaña electoral ve a todos los futbolistas y futboleros que nos han hecho grandes inclinarse por Laporta pero que atisba que Risto Mejide, la monja con déficit de atención, el peluquero, la mujer de un convicto, Migueli, Rexach y los Boixos Nois dicen nuñismo y apuestan sin dudarlo por esta opción. ¡Porque es lo que toca! ¡Porque Cruyff era un listo, un jeta, un pesetero y colocó al yerno y al hijo! También, quizás, porque Cruyff tenía demasiado talento y nos recordaba, con su genio, lo miserable y mezquino de nuestra existencia desde el primer día que intentamos chutar un balón y acabamos con el hombro dislocado. Nah, lo importante es votar lo que vota el village, la Barcelona buena, los que saben qué nos conviene, los que aparecen impecables en las fotos con sus trajes… Si no podemos tener su dinero, tengamos al menos su opinión, y eso nos elevará sobre los cutres sinvergüenzas del cruyffismo, ¡PUTA ANGOY!

Y es así cómo este nuñista, que se quiere elevar sobre la turbamulta bizca, acaba después asombrado ante los titulares de prensa. No puede ser. Si parecía tan honrado. ¡Madrid nos tiene manía!

Hay un detalle importante en la manera como el soci elige presidente, y aquí dejamos de lado a peñistas y Boixos Nois (si disculpan el pleonasmo), que votan Núñez por las prebendas que les acarrea. El buen nuñista ve el club como una inversión, como su pequeña gestoría que nunca llegó a abrir, como el hortet que seguro que un día tirará, como esa licencia de taxi para operar en el Vendrell. ¿Y el fútbol? Mire, no moleste, que bien que se aplaudió aquí a Rexach y a Migueli y ahora son ídolos, o qué. Que aquí siempre hemos ganado Recopas y Copas del Rey. No, ellos quieren un club con aromas de empresa para sentirse importantes, joder, una cosa bien, para experimentar en sus carnes la grandeza de ser del Club de Polo o del Ecuestre, tacatá.

Y es por eso que el soci tiene un oído extraordinario para saber no sólo a quién vota la Barcelona bien sino quién es un buen gestor. Ay, esas tres sílabas. Ay, esos calzoncillos chorreantes: ha ganado más corazones y ha llenado más preservativos lo del buen-ges-tor que aquel otro endecasílabo, el de «mi-pa-dre-tie-neun-be-me-u-ve-blan-co». El buen nuñista oye buen gestor y ya sale corriendo entre insultos a Guardiola, peticiones de venta de Messi y proclamas de que hay que hacer un nuevo Camp Nou de 600 kilos siempre y cuando lo gestionen los intachables del upper.

Sí, buenos gestores todos. Y el club, que no ellos, que para eso se han criado donde se han criado, condenado por otros cuantos de sus delitos.

No nos tiene que extrañar, pues, que el pobre Bartomeu, esa buena persona, sin duda ese buen y fiel amigo, ese tío que jugaba a básket en el Espanyol, que perdonen, que no es delito, pero es que en el básket del Espanyol, vaya y anuncie que fichamos a Valverde porque «es un apasionado de las nuevas tecnologías y a nosotros la tecnología nos interesa mucho». No me jodan, no se puede ser más cuñado. Como ir a unas elecciones dando alaridos a favor de los autónomos, como hostiarse en una rotonda de Mijas y sentirse Bruce Lee. Tecnología, dice.

Amigos, uno es socio y pasa mucha vergüenza cada vez que desvía por un minuto la vista del césped. Ya no es el club: es nuestra sociedad, nuestra catalanor culpable, avergonzada y cutre. Nuestra eterna adolescencia monga, nuestra reticencia a leer un libro, a madurar, a tomar las riendas de nuestro mundo. Somos los de Messi, Iniesta y Busquets, pero también somos esta infamia.

Lo triste es que hoy en día no hay excusas. La educación ya es obligatoria, hay bibliotecas públicas por doquier, internet campa a sus anchas. Basta abrir los ojos, leer un poquito, escuchar, tratar de ser un poco consecuente, un poco adulto. Preguntarse por qué uno es de Cáritas, de la Cruz Roja, de La Cofradía del Cristo Sufriente o del Barça. Y si al final resulta que sí, que votan Núñez por experimentar lo que es ser de casa buena, porque nunca dieron el gran salto para abrir aquel taller de coches que lo iba a petar seguro o porque efectivamente se la suda fuertemente el fútbol, miren, sepan ustedes que son una pesadilla, cómplices de una legendaria saga de mangantes, y que hacen posible la vergüenza de que Messi y Rosell hayan compartido techo. Háganse un favor, de verdad, y comprendan que el verdadero ascenso social que ansían está en hacerse del Madrí. Allí les aplauden, allí sí les quieren.

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