Champions

Autopsia (I). Prohibido regar el ‘hortet’

12 abril , 2018

Uno de siete, uno de siete, uno de siete. Sin compartir la histeria colectiva ante las dificultades del equipo en la Champions -como saben, Cruyff ganó una; Guardiola, un par, y nunca jamás nos parecieron pocas-, lo cierto es que merece la pena detenerse a hablar sobre la difícil historia que vive el Barça con la mejor competición del planeta.

Habría que recordar algunas obviedades, como por ejemplo

  • que es la obsesión de todos los grandes y, oh, drama, sólo la puede ganar uno;
  • que por razones vegetativas la medular dorada que rodeaba a Messi está jubilada o camino de estarlo;
  • que para ocupar la vacantes que iban quedando, el club fichó mal.

Habrán advertido que dos de estos factores eran inevitables (sólo los cromos duran para siempre y hasta ellos amarillean), detengámonos pues en el tercero. En efecto, hablamos del nuñismo.

El nuñismo se caracteriza por un desconocimiento básico del fútbol y por una ambición de poder sobre el club por parte de personajes ajenos a este deporte. Entre los 30 tíos que más mandan en el Barça, igual no hay ninguno que sepa a qué huele un peto que se ha quedado cinco días en la lavadora. Y con eso viene todo lo demás. Viene una falta de criterio, viene un rencor contra el talento (contra todo lo que huela a Cruyff) y viene un sudapollismo importante.

De ahí que los secretarios técnicos y ejecutivos del área deportiva sean los que son (importante: gente que no haya triunfado con Cruyff, que recuerde en la peste a naftalina a la era Núñez) y de ahí que el equipo haya fichado horrorosamente mal desde que se anunciaba la decadencia de Xavi. Que se tolerara el adiós de Thiago ya fue una cagada de época, que luego llegaran engendros como Arda, André Gomes o Paulinho para ocupar su zona es realmente grave.

Gran parte de ello se debió, por supuesto, al pésimo gusto futbolístico que tenía Luis Enrique, elegido por el nuñismo tras el adiós del Tata, otra apuesta del nuñismo. Es grave que un técnico DEL BARÇA no tenga paladar, pero eso es exactamente lo que se puede decir de Luis Enrique: a él le molaba correr y mientras usted y yo lloramos en esta hora sombría, él anda sin duda perdido en un profundo desierto con sus mallas, sus oscuras gafas y su natural campechanía.

Además, la apuesta por La Masia fueron los padres en cuanto desapareció Guardiola de escena. Las atrocidades actuales de un Barça B al que sólo le falta un portero de discoteca, un actor porno y un par de legionarios son el colofón a una política cobarde de fichar medianías que cerraban el paso a tíos que igual no son cracks, pero que conocían el idioma Barça y lo que comporta el escudo desde que de pequeños les escupían en esos campos de dios.

Mientras Xavi e Iniesta envejecían, Luis Enrique fichaba horrores y le ponía un tapón a la cantera, de acuerdo. ¿Lo hizo todo mal? En absoluto. El técnico recuperó la ambición competitiva de una plantilla que aún hoy es la más agasajada, condecorada y ganadora de cuantas campan por el planeta. Por Dios, este Barça es el Steaua de Bucarest de cuando Ceaucescu. Luis Enrique les enseñó a olvidarse del pasado y les puso la pala en la mano.

¿Y cuál fue el plan? Ganar. Con menos juego y menos recursos y menos balón. El plan fue Neymar, la velocidad de vértigo, el rugido de las Harleys con el mejor tridente que hayamos visto. El plan fue aguzar la competitividad de un equipo ya de por sí devastador. El plan fue disfrutar hasta el multiorgasmo de la creciente plenitud de La Bestia Parda. Y a éstas, llega Valverde y el rumbo sigue. Pierde a Neymar y lo cambia por un jovenzuelo con tendencia a la rotura muscular y por un crack consagrado que llega tarde y sin poder jugar en Europa. En un giro cicatero del que mucho habrá que escribir, se defeca un 4-4-2 con más o menos disimulo. Y el plan sigue siendo afilar más lo que va quedando: se gestiona el patrimonio como lo haría un hacendoso horticultor del secano chungo. No hay nuevos recursos tácticos o humanos, pero se exprime los que ya existía. Y en esta época, con un entrenador y con otro, ambos sin el talento ni el arrojo de los genios, el Barça ha dado puto miedo en muchos partidos por su facilidad para ganar, ganar y no aburrirse jamás de ganar. En el Bernabéu, continuamente, que tiene mérito; pero sobre todo al Leganés, que aún tiene más. A menudo con brillantez, que para algo es el conjunto de Messi, Busquets, Iniesta y compañía.

Como fruto de todo ello, estamos a punto de firmar la séptima Liga en diez años. Otras dos se perdieron por un gol. El arma, no me digan que no, está afiladísima de la hostia. Pero ojo, es el mismo cacharro que ya se hendió en la mentira hedionda que fue Mourinho allá por 2009.

Y claro, ocurre que el fútbol moderno. Es la Liga más dura del mundo en una época en que el Madrid quiere volver a Di Stéfano, en que el Atlético y el Sevilla paren a los mejores equipos de toda su historia: asunto jodido. La Copa, también jodida. Pero te hinchas a competir y a ganar. Y entonces llega la primavera y aparecen las temibles y admiradas curvas de la Champions y joder, el enjuto y campeonísimo maratoniano de 45 kilos se ve obligado a correr un esprint a vida o muerte contra equipos que ya no tienen otra cosa a la que aspirar y que -detalle importante- tienen centrocampistas sin calidad ni talento, pero que corren, llegan, pegan y empujan y que siguen creyendo que a los 30 años la gente se muere de vieja. Y sí, tienes al mejor de siempre, pero igual en este esprint de 60 metros de mierda lo sensato sea apostar al negrazo de músculos reventones.

Y la duda es la siguiente: ¿Se ha rebelado lo bastante el Barça contra este escenario?

Rotundamente no. Hablaremos de ello.

Pero entretanto, dediquemos un atronador abucheo, con muestra de nalgas si fuera necesaria, y profiriendo obscenidades malsonantes y alguna blasfemia que horrorice a los menores, al nuñismo, a ese mal que teme y lastra al talento, a esa gente que pieza a pieza ha ido devaluando la armadura que rodea a Messi. Hoy y siempre, nuñismo culpable.

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