Champions

Un charco de sangre

11 abril , 2018

Negras pesadillas de nuestras peores horas. Berna, Duckadam, Desailly, Tamudo. Todas desencadenaron noches de horrores nocturnos, traumas inmortales, recuerdos infaustos. Negras pesadillas, sudor, fiebre.

La pesadilla que quedará etiquetada como Roma, 10 de abril de 2018, es una pesadilla infantil, inocente. Es ese horror que nos muestra de niños, llegando al cole, entrando en clase. Y en ese momento cotidiano, ante las caras conocidas, ruge la carcajada inmisericorde. Vas desnudo. Vas en bolas.

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El Barça perdió ayer 3-0 contra un rival tremendamente inferior. No el Atlético, no la Juve, no un equipo de un presupuesto y plantilla que permita disculpar a nadie. El Barça perdió anoche el billete a unas semifinales con Messi en plenitud ante una gente que en la Liga española no estarían en puestos europeos. La vergüenza acompañará durante años a muchos futbolistas y nos parece justo: sabemos cómo es esto y la pesadilla nos acompañará a nosotros de por vida.

Vivimos una vez el CSKA de Moscú, pero entonces no veníamos d eun 4-1 ante un equipo timorato. Nuestro buen amigo Umtiti tendrá trabajo para hacerse perdonar. Nuestro buen amigo Umtiti, que flotó al único delantero digno de tal nombre del rival en tres de los cuatro goles encajados en la eliminatoria. La Roma, amigos, una chatarra para lo que hay a este nivel.

La competición más cínica del planeta, por ende la mejor, por ende la máxima expresión de este deporte salvaje que es el fútbol, logró que el granítico equipo imbatido desde agosto mordiera el polvo por TRES A CERO contra una serie de tíos donde ni uno solo mejora lo que había en el Barça. Seamos claros: el baño fue imponente.

El Barça, que palma con ésta tres veces seguidas en cuartos de final, se ha acostumbrado a llorar que los sorteos le deparen rivales demasiado fuertes en unas fechas en que, milagros de la astrofísica, el equipo jamás está fino. En esta ocasión igual el problema es que el rival era demasiado flojo, el resultado demasiado bueno y la relajación demasiado extrema. Igual hay que dejar de culpar al bombo y mirar al personal.

La cuestión es dolorosa. Es el rostro que encabeza esta entrada.

Andrés Iniesta, leyenda de leyendas, un tío que nos alargó la vida. Su tiempo acabó. Ocurre que pocos como él simbolizan La Masia, aquella Masia que hubo una vez. Pocos como él interpretan el legado de Cruyff y Guardiola, pocos como él interpretan las tablas de la ley. Pero ocurre que la elite, la elite de la elite que son los cuartos de la Champions, requieren de un vigor y una fuerza que ya no aparecen. Si aquello fuera fútbol sala, El Ángel Exterminador seguiría siendo el mejor volante zurdo del planeta. Pero ya no lo es: un tal Strootman te barre del campo porque tiene cuádriceps de buey. Y no hay más historias, ni más ADNs, ni más juegos de posición. Hay un mínimo de físico que este momento de la competición exige. Y lo supimos en el Parque de los Príncipes, y en Delle Alpi, y en Stamford Bridge. Cualquier puta medular empuja ya más que la nuestra.

Es cierto que los campeones de Champions son tan variados como los depredadores asesinos que uno encuentra en la jungla. Pero hay algo que les une: el fulgor. La chispa, el hambre. Y el Barça se maneja desde hace demasiado en esta competición como un veterano asesino de las sombras que se revela como un yayo decadente cuando le acorralan bajo una farola.

En esta noche de llanto, en esta noche en que nuestros niños lloran las lágrimas que nos corresponden y que querríamos para nosotros, conviene recordar que se ha perdido otro año más sin llevar a Messi a territorio letal. No pisa las semifinales desde 2015 y el luto y la impotencia son inmensas. Lo serían sin el rival en plena orgía de triunfos europeos, no les cuento con La Banda desbocada. Puerto Hurraco es un carnaval, en comparación. En este momento de máxima devastación, en este insólito Hiroshima culé en que no nos explicamos qué ha ocurrido ni contra quién mierdas hemos palmado, existe un pequeño consuelo al que aferrarse.

Lleva el Barça seis años alejándose, milímetro a milímetro, de la idea que le hizo único. Lleva el Barça seis años fiándolo todo al oficio y el talento de un puñado de héroes mietras la institución, con sus jerifaltes, sus subordinados y gentes oscuras que mecen la cuna de la cantera echan paletadas de cal viva sobre el Legado. ¿Y qué decía el Legado? Era simple y en esta noche de espanto no vamos a insultarles recordando obviedades. Pero en esta noche negra brilla en las alturas una verdad, un Mandamiento primero. No ganarás la Champions sin merecerlo. No la ganarás si no eres el mejor equipo del planeta sin discusión.

No lo sé, amigos. El Barça juega 4-4-2, como el Sestao de 1976, y no será este agujero el que salga a hablar de la mala suerte y de los espíritus y de la gloriosa ferocidad de las legiones romanas.

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El dolor es inmenso, pero hay algo igualmente grande que aflora: la sorpresa, el asombro. Te ves en un charco de sangre en el suelo y no sabes qué cojones te ha pasado. Y eso que pensábamos que lo habíamos visto todo. Es terrible, y bello, cómo la muerte le rejuvenece a uno. Es terrible, y bello, comprender que hay tumbas cavadas que sólo esperan que depositemos el cuerpo de quien fue leyenda. Es hora de volver a ser niños, puesto que niños desnudos es lo que somos.

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