FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Nos duelen el alma, el corazón y las entrañas. Repetimos en voz alta la magnitud del horror (cua-tro-Cham-pions-en-cin-co- a-ños-es-tos-tí-os) y el cuerpo nos pide convertir este búnker en sarcófago funerario de toda la secta, y a tomar por culo.
Pero entre todo el dolor, asoma una cierta satisfacción, mitad masoquista, mitad perversa, que nos gustaría compartir. Porque a esa gente le faltaba algo más en el listado de horrores necesarios para ganarse el oprobio del fútbol mundial.
La jugada, vista a cámara lenta, produce aún los escalofríos y el vacío horrendo de presenciar un asesinato desde una cámara de cajero. Ramos abandona su posición, se pega a Salah, le rebaña limpiamente el balón y entonces ejecuta con la sabiduría de un sicario viejo: se enreda en el brazo de la estrella del Liverpool y con sus 75 kilos de amor se deja caer con toda la inquina posible sobre el menudo atacante. Y le lesiona. Es un verdadero espectáculo cinegético, una escena de pura y dura caza. El árbitro no pita falta, no muestra amarilla, ni roja, ni sanciona durante seis meses. El Liverpool pierde a su héroe en el partido más grande. Y el mundo, de nuevo, se asombra de lo que es El Mal.
Pensemos. Si Sergio García le rompiera el pómulo a un rival en el hoyo decisivo con un drive en la cabeza, la sanción sería de décadas. Si Rafa Nadal dejara inconsciente al rival de un raquetazo en la sien en un intercambio de campo en el quinto y definitivo set de la final de Wimbledon, oh my god. Si Contador sacara un bate de béisbol en pleno descenso del Alpe de Huez para romperle tres vértebras al mallot amarillo del Tour, oh là là. Pero es fútbol, amigos. Es el Madrí, ¿saben? No se quejen y aparten a los niños de esta locura del fútbol de elite, un deporte salvaje donde conviven el regalo para la eternidad de Bale y la barbarie de Ramos.
Lo cierto es que a base de ganar de las peores maneras imaginables, forzando hasta el absurdo el azar, la desgracia ajena, los milagros y los meteoritos y los ovnis y la antideportividad, que gane el Madrí ha dejado de ser que gane el Madrí y ganar la Champions ha dejado de ser ganar la Champions. Goles en el ’93, sorteos inverosímiles, tantos en finales en fuera de juego, rivales que fallan penaltis, la moneda arbitral que cae siempre del lado bueno, lesiones masivas de los oponentes en el momento preciso… Un equipo normal que ganara cuatro Champions en un lustro sería un verdadero referente para el mundo entero. Esta buena gente se mueven en un triángulo que forman el sainete, lo grotesco y lo sencillamente odioso. Pregunten al pobre Karius, que ya ha contactado con el psicólogo de Ulreich y Rafinha.
La pregunta surge sola: ¿cinco años después, tiene El Mal un solo seguidor más en el planeta? Más bien puede pensarse que este lustro hemos asistido a la mayor tarea evangelizadora de odio al Madrí desde siempre, en una campaña dirigida por ellos mismos. El equipo de Florentino es la máxima expresión del madridismo que hemos visto en color, la máquina más cínica jamás creada, capaz de quedar a 17 puntos del campeón de Liga para irse a celebrar todo el verano. Y eso sin contar el ippon a Salah.
Amigos, el Mal. Cómo duele esto del Mal.
Queda el consuelo de que el planeta ya sabe que la misión del Barça es la más importante que hay en el mundo del deporte. Qué maravilla imaginar que algún día en el sorteo saldrá la bola que el Barça lleva siete años reclamando. Porque nadie más comprende –con la probable excepción de Salah- quiénes son exactamente esta gente.
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